Os parecerá una extraña forma de empezar un artículo sobre los voluntarios de la Isla del Rey, pero creo que dentro del heterogéneo grupo que formamos los voluntarios de la Fundación, algunos, en este caso, mi mujer y yo mismo, podríamos entrar en esta extraña categoría.
Con muchos años de residencia en el extranjero y en diferentes regiones españolas, nuestra familia siempre nos hemos considerado como una familia de expatriados, algo errantes por esos mundos de Dios. Sin embargo, el hecho de ser expatriados no nos ha impedido nunca tener raíces tanto en Barcelona de dónde venimos pero también crear, con nuestros hijos y nietos, un lugar común en el que nos reunimos siempre, año tras año que es Menorca.
Nuestra larga historia en común con la isla de Menorca, arrancó allá por los años 70, cuando un familiar nuestro e ilustre voluntario, Pedro Engel, apasionado de la arqueología y de las bellezas de la isla, nos la hizo descubrir. Desde entonces, con un par excepciones, debido algún acontecimiento familiar muy señalado, nunca hemos faltado a nuestra cita veraniega, pascual e incluso invernal con nuestra isla.
Fue en 2005 cuando los errantes descubrimos la Isla del Rey y modestamente, pocos domingos al año, empezamos a colaborar con ese equipo de locos simpáticos, con Luis a la cabeza que querían realizar el sueño casi imposible de rehabilitar el antiguo hospital militar y su entorno.
Los recuerdos aquellos primeros domingos saliendo de Binibeca a las 7:30 de la mañana, en silencio, cuando toda la familia dormía después de la fiesta del sábado, especialmente los chicos, para ir a limpiar maleza a la isla, sigue muy presente en nuestra memoria, sobre todo ahora que las cosas lucen muy diferentes. Todos funcionábamos como un pequeño ejército de hormigas, eso sí muy disciplinadas y a menudo criticadas. Que sudadas nos pegábamos intentando llegar al edificio principal…!
Regresando a la isla, año tras año y repasando las fotos, uno se da cuenta de lo mucho que se ha hecho y del progreso increíble que ese pequeño ejército había hecho durante el todo el año, en silencio, pero muy eficazmente.
Trabajamos y vivimos al borde de un gran lago, el lago Leman en Suiza. Es un lugar maravilloso, limpio y organizado. Cada mañana, ya por reflejo, lo miro, parece un pequeño mar, pero siento que me falta algo, una pequeña isla, la que veo cada año por pocas semanas: Mi isla dentro de una isla, la Isla del Rey.
Suiza es un país en el que las actividades de voluntariado son muy comunes y rara es la persona de nuestro entorno que no dedica unas horas al mes, a colaborar desinteresadamente con alguna organización. La gente se implica con mucha facilidad en actividades como limpiar los lagos y los ríos, distribuir comidas a domicilio, acompañar a los mayores, etc.
Hablamos muy a menudo de lo que hacemos en la Isla del Rey con mis conciudadanos suizos y cuando nos visitan en Menorca, los llevamos a visitarla e incluso a trabajar unas horas en ella. Ellos lo aprecian y se preguntan cómo eso es posible con tan pocos medios y como una maravilla de ese calibre ha podido salir adelante gracias a un grupo de ciudadanos convencidos y dedicados. Es un motivo de orgullo y nos sentimos parte de ello.
Para los que vivimos lejos, los famoso voluntarios errantes, el hecho de recibir cada lunes (gracias a Sema y al correo electrónico), puntualmente, lo que familiarmente conocemos por El Parte , si ya, algunos dirán vaya nombre…que nos explica en pocas palabras, las actividades, las visitas, los acontecimientos en la vida de algunos de los voluntarios, los planes y como no, las necesidades más perentorias, es como un cordón umbilical que nos une a ese grupo de amigos y conocidos, personas de muy diferentes orígenes unidos por la creencia de que se puede hacer mucho con poco, si tienes un objetivo y la fuerza que da el grupo.
Nuestro tiempo de voluntarios errantes se acaba, motivo de alegría, la jubilación se acerca poco a poco, motivo de preocupación también ya que habrá que adaptarse, como todos, pero que si hay una cosa que nos apetece de esta nueva situación, quizás es que podremos dejar de ser los voluntarios errantes, los trabajadores temporeros, para convertirnos en fijos en plantilla, pudiendo pasar más tiempo en esa actividad que recomendamos a todo el mundo. Esa actividad de hacer cosas por el placer de hacerlas y de paso, dejar algo para que futuras generaciones puedan seguir mejorándolo.
Maria Paz Ricart Engel
Alfredo Fenollosa Domenech