Desde mi terraza en el Puerto de Mahón, en Es Castell, frente a la Isla del Rey veo todos los días el amanecer con la ilusión de que este nuevo día me traiga algo maravilloso.
Y, amanece que no es poco.
Veo el impresionante edificio del Hospital en el islote que recoge la historia de mil batallas acontecidas aquí y fuera de estas tierras siempre náuticas.
Siento su presencia callada pero contundente, con la voz de mil marinos, mil soldados mil, campesinos y mil cristianos.
Menorca entra en la historia en el siglo 13 pero ya mucho antes era visitada por navegantes del Mediterráneo y de todos ellos queda algo en el islote del La Isla del Rey. ¿Desde cuando? Desde el principio de los tiempos porque no hay nada más acogedor ni más protector que una isla dentro de otra isla. Las dimensiones de la basílica paleocristiana nos dan una idea de la importancia del islote y la comunidad que la frecuentaba, en el siglo VI.
Que maravilla poder recorrer este espacio de historia conocida e imaginada, como voluntario en este reducto de humanidad, aventura, dolor y alegría de los tiempos. Poder formar parte de cada momento vivido por los que aquí estuvieron.
Yo soy un voluntario atípico, porque me gusta trabajar solo, para poder moverme por la isla y encontrarme con pequeños detalles, referencias que hacen volar mi imaginación y conectar con los que allí estuvieron y con sus miles de historias.
Hay una antigua carbonera en la casa de los médicos que aún está por reconstruir, donde una inscripción grabada en la pared, nos habla de que allí estuvo retenido un marinero llamado Pierre Diard en el año 1836 y que era natural de Nantes nacido en 1811, tenía 25 años. ¿Que locura de juventud cometería aquel pobre marinero para estar encerrado en esa lúgubre carbonera?, Seguramente se enfrentó con un superior al que disputaba los favores de una joven cantinera.
O simplemente enfermo o herido en este hospital un día cogió prestada una botella de vino de la despensa del director para tener un rato de alegría con algún compañero de habitación herido como él en alguna cruel batalla en la mar.
Que suerte para un peliculero como yo poder colaborar en la recuperación de este fantástico, imaginativo y real, enclave. Sentir personajes e historias, desde Abu Omar a Richard Kane, Historias de Nura o Melousa. Encontrarte con escritos de John Amstrong o Patrick O`Braian hablando de la Menorca inglesa del siglo 18. Jose Maria Quintana y su paseo por Mahón. Y con todos ellos te tropiezas rodando por este islote.
Yo recorro la costa de la isla, digo que buscando plásticos y limpiando embarcaderos y playas que ya no existen, pero la verdad es que lo que busco son historias, imágenes que me estimulen hazañas, amores y dolores. Historias vividas que murieron hace muchos años pero que impregnan cada roca, y cada rincón de este islote, como él en alguna cruel batalla en la mar.
Actualmente me dedico con un equipo de ingleses y un francés a cuidar y recuperar el entorno del muelle de las monjas, recientemente reconstruido. Las buenas mujeres obligadas por crueles doctores a bañarse en agua del mar para sanar aquellos problemitas de piel que nunca veía el Sol. Una caseta de piedra, dos bañeras para los enfermos que no podían caminar, una especie de piscina y un muelle. Que antes acompañaban a una playa que hoy ya no existe por causa de la crecida del mar y de las olas que producen los ferris al pasar por aquel angosto canal del Puerto de Mahon
Que privilegio formar parte de este maravilloso "equipo de locos", como dice el jefe Luis. Que domingo tras domingo con pocos medios pero mucha ilusión, van recuperando un trozo de historia viva de la cuna de la cultura occidental, que es el Mediterráneo y Menorca que por su situación estratégica entre Europa y África y dentro de Menorca este reducto de encuentro de culturas que es la llamada Isla del Rey.
Miguel Angel Dorronsoro
Controlador aéreo jubilado