Sobre el ejercicio físico y su relación con el umbral del dolor no hemos hablado nunca. Se sabe que a mayor ejercicio físico menor sensación de dolor, pero no hay evidencias de calidad.
Sería una medida no farmacológica muy útil y saludable en dolores crónicos. Y es que se ha comprobado en ciertos estudios pequeños como las molestias músculoesqueléticas se reducen cuando existe una alta actividad física; se han demostrado reducciones del dolor tras el ejercicio físico intenso en lo que se ha dado en llamar «Hipoalgesia inducida por el ejercicio físico» (HIE) (Rice D et al, Pain. 2019); si bien es cierto, que en sentido contrario en el dolor crónico patológico éste puede reducir la eficacia del HIE y con ello el efecto del ejercicio en la sensibilidad al dolor. De ahí que sea un tema en continuo estudio y en absoluto cerrado.
En este sentido, una revisión con metaanálisis de estudios publicados entre 1980 y 2020 por Wewege MA et al (Pain. 2021) con el que intentaban evaluar la respuesta al dolor inducido experimentalmente antes y después de una sesión de ejercicio físico en personas sanas o en aquellas con dolor crónico se vio, tras analizar 13 estudios en dicho período, como en individuos sanos el ejercicio aeróbico (correr, bicicleta...) creaba una HIE muy grande, no así, sin embargo, el de resistencia que fue menor o el isométrico que no modificó la HIE.
En personas con dolor músculoesquelético crónico tampoco el ejercicio (en este caso solo se evaluó el isométrico y de resistencia dinámica) influyó en el HIE.
Quedando este capítulo, el de individuos con dolor crónico sin una respuesta clara; cuando es el más importante. Aunque si que se demostró que el ejercicio físico es capaz de reducir la sensibilidad al dolor en general.
Un estudio previo al que comentaremos y de los mismos autores, Årnes AP et al (Eur J Pain. 2020) en un análisis prospectivo transversal sobre 19.000 individuos de las encuestas del Tromsø Study (2007-2008; 2015-2016) realizadas en una población del norte de Noruega, y que representaría de alguna manera a la población general, ya demostró como altos niveles de actividad física realizado en el tiempo libre se asociaban con una mayor tolerancia al dolor por presión fría (sumergir la mano en agua helada y mantenerla el máximo de tiempo posible).
A cuanta mayor intensidad del ejercicio físico mayor tolerancia, más en varones que en mujeres. Faltaba conocer en este estudio si este efecto se mantenía con la repetición en los mismos individuos a lo largo del tiempo y como se comportaba en otro tipo de dolores, como los producidos por la enfermedad.
El estudio que comentamos, publicado en PLos one el mes pasado, tambien por Anders Pedersen Årnes et al y utilizando la misma población del Tromsø Study y durante el mismo intervalo temporal y sobre dos encuestas separadas 7-8 años, se propuso evaluar el cambio en la actividad física habitual y el grado de tolerancia al dolor y la tolerancia en mediciones repetidas a lo largo del tiempo en la actividad física moderada, al tiempo que se evaluaba según el sexo o el tipo de dolor crónico que tuviera el paciente.
Se evaluó una muestra de 10.732 individuos (51% mujeres). El nivel de actividad en el tiempo libre se midió por cuestionarios (sedentario, suave, moderado o intenso) y la tolerancia al dolor mediante un test artificial de presión en frio.
Con esto demostraron que los pacientes con alto nivel de actividad física tenían un alto nivel de tolerancia al dolor en comparación con aquellos sedentarios y además mantenido en el tiempo (7-8 años de lapsus temporal). Más en la actividad intensa (16%), algo menos en la moderada (14%) o en la ligera (7%) en ambas encuestas.
Mediciones repetidas de la prueba del dolor mostraron que los grupos con un ejercicio físico ligero, moderado o alto tenían mayor tolerancia al dolor que los sedentarios durante 7-8 años algo que iba reduciéndose levemente en el tiempo y que achacan al envejecimiento.
Y en aquellos que eran sedentarios al principio y posteriormente empezaron a hacer alguna actividad también se mejoró la tolerancia al dolor. No hubo diferencias entre varones y mujeres.
Concluyen que ser activo físicamente significa tener mayor tolerancia al dolor a lo largo del tiempo, algo importante en medicina pues podría ser una vía terapéutica no farmacológica que poder utilizar en el dolor por causas específicas.
Con todo, faltarían más estudios al respecto y sobre todo en pacientes afectos de dolor crónico.