Hace años, yendo a un museo de arte contemporáneo con los hijos todavía pequeños, nos topamos con una obra que nos alegró el día (sobre todo a ellos). Era un «Penetrable» del artista venezolano Jesús Rafael Soto (1923-2005).
Este artista, quizás poco conocido para el gran público, es uno de los más grandes del llamado arte cinético. Esta especialidad del arte abstracto engloba a los artistas que realizan obras donde se introduce el movimiento. Artistas como Alexander Calder, con sus móviles, o Vasarely con sus efectos visuales lideraron esta propuesta en los años 50 como alternativa al arte gestual. De pronto, entre el ruido del expresionismo abstracto, surge un arte basado en la geometría, el silencio y la participación activa del espectador. Entre ese reducido grupo de genios se encuentra nuestro Jesús Soto, como podemos comprobar en la magnífica exposición montada en la Galería Cayón de Menorca. Hay que verla.
Porque hay obra que podemos apreciar, más o menos, mirando un catálogo, pero las obras cinéticas no. Estas, cuando las congelas en una foto, pierden su esencia. Cuando te mueves, cambian, necesitan de tu presencia, tu movimiento, tu interacción. El espectador dialoga con ellas, se acerca, se agacha, inclina la cabeza o gira alrededor, como danzando con ellas. Algunas juegan a ofrecerte un efecto óptico (el también llamado Op-Art): en el caso de Soto son líneas finísimas que se superponen en planos espaciales, efectos de profundidad puramente visual, juegos para cuestionar la realidad de lo que vemos.
Nunca había visto tal cantidad de obras cinéticas como en esta muestra de la galería Cayón. Son obras de una gran calidad formal y de un prodigio técnico, pura delicadeza. Observándolas de cerca descubres la sutileza de unas varillas milimétricas, flotando en el espacio y siguiendo el orden preciso que diseñó el artista. Muchas obras tienen la elegancia y exquisitez de los estambres de las flores, de sus maravillosas estructuras orgánicas. Y, además, tienen vida.
O lo parece. El movimiento de las piezas, o de nosotros circulando hacia ellas o a su alrededor, nos transmite una nueva dimensión del espacio. Tiene un componente mágico. Lo que aparece a nuestros ojos es hipnótico, enigmático, admirable, hermoso. De hecho, la gente se detiene admirada delante de cada pieza hasta descubrir el «truco» de su magia, la técnica de su hechicero hacedor.
Pero, si como artista cinético Jesús Soto es un genio, abrió nuevas fronteras al arte con sus «penetrables», donde sumerge al espectador en una experiencia viva.
Estas obras empezaron siendo unas propuestas «envolventes» en la Bienal de Venecia en 1966, donde el espectador podía meterse individualmente entre unos tubos de goma que colgaban del techo. De aquella primera experiencia nacieron, 3 años más tarde, sus «penetrables», de los que Soto llegó a construir entre 20 y 25 en toda su carrera. ¡Y uno de ellos está ahora aquí, en esta exposición!
En los «Penetrables» de Soto, como su nombre indica, puedes entrar y moverte dentro de la pieza, sentir el contacto de los tubos de nylon, sus caricias en las manos, el rumor de entrechocar entre ellos por el movimiento que tú provocas. Es una sensación única, lúdica, divertida, placentera. De pronto descubres el tacto reivindicado como sentido para apreciar el arte. Y tu movimiento como generador de la experiencia.
Nunca nadie lo había propuesto. Soto y sus penetrables significó un gran avance en el mundo del arte y de la performance.
Años más tarde, en 2009, la artista libanesa Mona Hatoum, I Premio Albert Camus 2018, realizó una serie de obras que, en homenaje a Jesús Soto, puso por título «Impenetrables». Sus obras guardan un parecido formal con las de Soto; vemos también unas varillas colgantes formando un cubo, pero en este caso son alambres de espinos que nos invitan a no entrar. Lo que en Soto conduce al placer y la alegría, en Hatoum conducen al dolor y la exclusión. En manos de Mona Hatoum la obra se vuelve conceptual, el material se vuelve significativo, de denuncia en su evocación de las alambradas y concertinas que cierran fronteras y hieren a los migrantes y a los excluidos de todo tipo.
Hay artistas como Jesús Soto que crean lenguajes para que otros, con ellos, creen obras nuevas, relatos artísticos o poemas. Tal vez el valor de los innovadores en el arte es que amplían nuestros territorios sensibles. Artistas que, como Soto, eleva al espectador, le devuelve la esperanza, como si, sumergidos en sus colores flotantes, el mundo fuera más amable.
Soto en Menorca: Imprescindible.