Las apreturas emocionales propias de la masiva presencia de turistas estresados que se mueven a un ritmo que marcan sus cortas estancias combinadas con largas expectativas, los apretones del termómetro y las dificultades laborales añadidas que supone siempre el octavo mes del año a la hora de rellenar un periódico provocan que tenga ahora mismo la sensación de estar a día 87 de agosto.
Sin llegar a desear que el tiempo pase rápido, puesto que es algo que me propuse no hacer nunca, la verdad es que atisbo el otoño como una meta temporal de sosiego, calma espiritual, conducción relajada y paseos ajenos a idioteces protagonizadas por foráneos enajenados por la vacación. Qué suerte tienen estos tres pequeños, dándose un relajante baño de elementos otoñales en pleno periodo estival, a modo de juego.