Con ese apellido Paca Florit parecía destinada a pintar flores. Pero nada de floreros con flores cortadas, decorativas; sus flores están vivas, son un símbolo de la vida. Desde el principio, desde la primera pintura suya que vi, sus flores irradiaban belleza, elegancia y estilización. Además, eran flores nacidas de la tierra, enraizadas.
Conocí a Paca en 1996, ella tenía 22 años y estaba estudiando Bellas Artes en Barcelona. Se presentó al Premi Sant Antoni de Pintura de Menorca con una obra valiente, moderna, titulada «Primavera», con un fondo de transparencias de colores sutiles y unas flores insinuadas en líneas que se elevan, con el crecimiento vital de esa primavera del título. Escribió: «He intentado reflejar la elegancia y la sutileza de la naturaleza, así como todo el misterio que la rodea.»
En 1997 volvió a presentarse, esta vez con un gran grabado monotipo donde se representaba una flor, el narciso, con una estilización asombrosa de manchas de color y líneas, una imagen más sintética de la fuerza de la vida que surge de la tierra. Sin embargo, al año siguiente presentó un rostro femenino con la mirada melancólica y perdida. Y así empezó a introducir la figura en su obra. Y fue al tercer año cuando introdujo los otros elementos imprescindibles en su iconografía: las casas y las escaleras. Así, con flores, figuras, casas y escaleras se completaba su universo iconográfico con el que había de desarrollar toda su obra futura. La obra se titulaba «S’alegria de viure» y ella declaraba en el catálogo: «Colores alegres para una vida alegre y positiva, donde se afrontan las dificultades como un reto, como una escalera peligrosa, pero que tenemos que superar con alegría, hemos de vivir la vida.»
Finalmente, el año 2000 gana el Primer Premio con la obra «Poblat» donde juega con el doble sentido de poblado como unión de casas y como de algo poblado de ideas y de vivencias. Para entonces, Paca Florit ya es profesora de arte en la Escola Municipal y en el Colegio de la Consolación. Tiene un marido que la quiere, una casa en el centro de Ciutadella, unos hijos en camino y una carrera como artista respetada y querida en Menorca. La vida florecida.
Paca Florit es, probablemente, una de las artistas más interesantes de Menorca, por su sensibilidad y su coherencia. Sin grandes ambiciones por ser reconocida a nivel nacional, pero siempre presente participando en numerosas exposiciones individuales y colectivas a las que le invitan. Por ejemplo, en el proyecto solidario «Mata ombres» donde fue a hacer un mural en una escuela para niños ciegos en una Escuela de la Fundación Vicente Ferrer en la India.
Cuando yo la conocí, con ventipocos años, Paca llamaba la atención por tener una sonrisa permanente, abierta, con un brillo especial que cuesta mantener cuando nos hacemos adultos. La suya era una alegría por todo lo que estaba viviendo, por la ilusión enseñando arte a los niños y de irse abriendo un camino propio en el mundo del arte. Todo le hacía mucha ilusión: cada vez que descubría la expresividad de una línea de lápiz, la transparencia de los colores o la combinación del grabado con el collage. Últimamente, hace tres o cuatro años, descubrió las telas de tapicero, unas telas gruesas, con dibujos que ofrecían una doble cara para poder trabajar sobre ellas. Se fue a Málaga y compró todas las telas de tapicero en las que ella ya iba viendo la obra que haría sobre aquellos tejidos. Con ellas montó una exposición memorable en El Roser, sobre el tema de las calles de Ciutadella y la vida que hay en ellas. Su obra se enriqueció con las telas estampadas y ella disfrutó mucho creando con ellas. Puedo imaginarla trazando las primeras líneas compositivas: aquí una casa, allá un árbol que en realidad es una flor, abajo las aguas del puerto y, quizás una barquita de papel.
A todas estas, sus flores habían ido creciendo en significados. La forma de una flor puede ser también un árbol, un corazón o una nube. Formas que se llenas también de colores y de composiciones cercanas a la abstracción. Puras y hermosas.
¿Por qué resultan tan atractivas las obras de Paca Florit?
Porque tienen una belleza exquisita, sus colores son delicados y armónicos, sus composiciones equilibradas y serenas; porque sus flores y sus casas tienen ingenuidad y sofisticación, encanto y misterio, como una poesía; porque todo rezuma una alegría y agradecimiento de vivir la vida. Y tienen un agradable sabor menorquín.
Este año nos ha vuelto a sorprender con una nueva exposición en la que incorpora la escultura y la talla de marés. Empezó con una talla de una figura, una mujer con una estilización de máscara africana. Luego realizó una serie de bloques de marès con la forma de sus casitas, esas casitas básicas, como un icono que tiene ya incorporado a su imaginería; y, en el interior hay como un hueco con forma de flor. La casa de la flor, la casa de la naturaleza, de la vida. Una casita con la piedra de Menorca que, además, tiene la sorpresa de poder encontrarte viviendo en ella una fósil de hace miles de años. Es una maravilla. Las piedras ya se han incorporado a su obra, como uno más de la familia.
Y, otra cosa digna de mérito es que Paca Florit mantiene la misma sonrisa ilusionada por lo que hace, por lo que comunican sus obras, que son un instrumento para hacer felices a los demás. Porque hay artistas auténticos, como ella, que tienen una ambición más allá de hacerse ricos o ser famosos y es el de despertar nuestra capacidad de imaginar, esos sueños que todos llevamos dentro, como cuando éramos niños, y eso nos hace felices.