Una de las cosas que peor se llevan cuando alguien le tiene reparos a los sitios cerrados, con o sin diagnóstico de claustrofobia, es no tener un contacto visual directo con la salida. Una de las cosas que peor se llevan cuando alguien vive en una isla, con o sin descuento de residente, es no tener un contacto visual directo con el mar más o menos accesible. El mar se convierte para algunos insulares en una referencia, en un marco, en un límite que determina acciones y movimientos, en una vía de escape cuando lo que sucede en la tierra se hace demasiado espeso y se necesita clarear. La insularidad es en cierto modo una convivencia con la claustrofobia geográfica, con destinos demasiado lejanos y conexiones demasiado escasas o inaccesibles. Por eso, algunos buscan con recurrencia una salida al mar, física o mental.
Una vida con vistas al mar
Foto: Josep Bagur Gomila
Pep Mir | Menorca |