El largo proceso electoral abierto el viernes para las generales del 28 de abril, que no se cerrará hasta las municipales y autonómicas del 26 de mayo, está propiciando una campaña extraña, tensa e incluso bronca. Los incidentes se suceden, con las ofensivas pintadas en las sedes de varios partidos de Palma a principios de abril, reivindicadas por una desconocida Juventud del Frente Obrero; los cristales rotos en la farmacia del expresidente José Ramón Bauzá en Marratxí; el intento de boicot de un acto con Cayetana Alvarez de Toledo en la Universitat Autònoma de Barcelona; desórdenes públicos durante la presentación de Ciudadanos en Rentería, que concluyó con cargas policiales de la Ertzaintza y cuatro detenidos; y agresiones a militantes de Vox en el País Vasco. Mucha tensión, demasiados incidentes y descalificaciones. El exceso marca esta campaña, que no puede transformarse en un campo de batalla en el que se persigue el descrédito o el desprestigio del adversario. Ha de ser un espacio para el debate, sereno e inteligente, de propuestas y alternativas.
En caso contrario la campaña pierde su sentido y, en lugar de aclarar y orientar, confunde y desorienta a los electores.