El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presentó ayer el documento «España 2050» para fijar los objetivos del país en los próximos treinta años. Es un catálogo de propósitos que incluye un claro aviso del aumento de la presión fiscal. Es, quizás, el único apartado en el que no se puede acusar al jefe del Ejecutivo PSOE-Unidas Podemos de falta de realismo. Mejorar la preparación de nuestros alumnos, implantar una fiscalidad verde, fomentar el uso del transporte público, reducir la jornada laboral y frenar la despoblación del entorno rural son objetivos cuya prioridad hace inviable una demora de décadas. Lo expuesto por Sánchez queda reducido a una relación de deseos sometidos a la reflexión social. Este «España 2050» está condenado al fracaso desde el primer momento, y no sólo por el bombardeo político al que lo han sometido los principales grupos de la oposición. Porque sin un amplio consenso político ninguna proyección estratégica tiene sentido, y mucho menos cuando el país está inmerso en una gravísima crisis que afecta a todos los ámbitos España lo que precisa es salir cuanto antes de la recesión provocada por la covid en lugar de crear nuevas figuras tributarias.
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