Victoria Florit acaba de publicar un interesante artículo titulado "¿Están criando irresponsables?" (diario "Menorca", 14.05.2010), en el que hace referencia a la educación de los hijos. Copiamos los siguientes párrafos:
"Para los nacidos en los cuarenta y cincuenta el orgullo reiterado es que se levantaban de madrugada a ordeñar las vacas con el abuelo; los varones ayudaban en las tareas del hogar, hacían arreglos en la casa, las mujercitas aprendían a cocinar, a administrar un hogar, todo esto, aparte de su responsabilidad en la escuela. Posteriormente, muchachos y muchachas jóvenes salían a trabajar.
A esa generación, los padres les inculcaron el amor por el estudio, por el trabajo y les enseñaron el valor de la responsabilidad. Los prepararon para la vida".
La señora Florit acaba su sabio artículo enalteciendo las ventajas que para los más jóvenes se desprenden de una buena formación. Me gustaría trasladar este tema a un plano más general. Desde los años cincuenta ha llovido mucho. Muchas cosas han cambiado, algunas veces para bien y otras para mal.
Dado el tiempo transcurrido, tenemos ya cierta perspectiva histórica de aquella época, y podemos decir que aquellos años no fueron sino la consecuencia previsible del final de una guerra civil. Evidentemente, se dieron abusos por parte de los vencedores, y los vencidos sufrieron en sus carnes el sabor de la derrota. Por suerte, el tiempo cicatriza las heridas, y así llegamos a la década de los setenta, cuando aparece en nuestro horizonte social y política lo que yo llamaría "la esperanza democrática".
En mi interior, debo confesarlo, aquella esperanza no iba contra nadie. Ni siquiera iba contra el régimen que agonizaba, sino que iba, ciertamente, en favor de unos horizontes sociales más modernos, más europeos, más abiertos, actuales y participativos, con el sano juicio y la sana ilusión de que la abertura social y política, la puesta al día, iba a ser positiva para los españoles.
Afortunadamente, en nuestro país cabemos todos, y así debe ser. Cabemos los conservadores, los socialdemócratas y los liberales, los socialistas y los verdes, los vascos, los andaluces, los extremeños y los catalanes. Cabemos los empresarios y los obreros, los sindicatos y la patronal, los católicos y los no creyentes.
Aun así, algo ha cambiado. Hemos cambiado los valores de nuestra formación. Es cierto que nuestro sistema de enseñanza se basaba en los ideales de una formación cristiana y patriótica, supuestos ambos que se daban por inamovibiles y que ahora no lo son. A mí no me preocupa la pérdida histórica del franquismo, aunque debo reconocer que, como todos los sistemas habidos y por haber, el franquismo tendrá sus ventajas y sus inconvenientes, sus luces y sus sombras. En la valoración de cualquier régimen político deben considerarse múltiples aspectos, como el económico y social. La valoración debe ser 'global', más bien la resultante e todas ellas. En la valoración deben considerarse asimismo los avances en temas primordiales como la justicia y las libertades.
Lo que sí debe preocuparnos ¡y mucho!, es el recorte en aspectos básicos de la formación de nuestros jóvenes. Debería preocuparnos el deterioro en la formación y educación de las nuevas generaciones. Un niño sin urbanidad continúa siendo un niño mal educado. Hacerse hombres no quiere decir sólo crecer, sino ir aprendiendo para saber lo más posible y llegar a ser persona de provecho. Lo decía mi Libro Escolar de segundo curso (para niños de siete años):
"Seremos aplicados y puntuales, y trataremos los libros y muebles de la Escuela con el máximo cuidado. Debemos querer y respetar a nuestros padres. Hemos de obrar procurando hacer el bien a nuestros semejantes, ayudando a los menesterosos y defendiendo a los débiles. Jesucristo nos enseñó que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos. Seamos honrados. No digamos mentiras. Procuremos llevar una vida saludable, con buenos hábitos de limpieza y aseo...".
Éstos deberían ser, pienso, los fundamentos de la educación de nuestros jóvenes. Y en tal noble y necesaria tarea, todos debemos sentirnos responsables: los padres y los abuelos, los colegios y los estamentos sociales, religiosos y culturales.