Dentro de unos días, concretamente el 6 de noviembre, el Papa pondrá los pies en el aeropuerto de Barcelona, donde al día siguiente, domingo, dedicará el impresionante templo expiatorio de la Sagrada Familia, obra del genial Antonio Gaudí. Por la tarde visitará un centro de atención a niños con síndrome de Down que regentan unas religiosas y regresará inmediatamente después a Roma. Esta visita a la ciudad condal completa el viaje que empieza en Santiago de Compostela con motivo de participar como un peregrino más en este Año Santo Jubilar.
Las dos ciudades preparan con entusiasmo popular y educada cordialidad esta visita. Así lo han manifestado sus respectivas autoridades y diversas instituciones ciudadanas. Las dos diócesis, con sus obispos al frente, sacerdotes, religiosos y fieles laicos están dando sentido religioso profundo a la presencia del Santo Padre entre ellas y cuidan hasta los más pequeños detalles para que este acontecimiento suponga una revitalización de la vida cristiana, una manifestación pública de la unidad de la propia Iglesia y una cálida demostración de afecto hacia su persona.
Es un viaje con el que el Papa quiere responder a la solicitud cursada por las dos comunidades diocesanas para que estuviera presente participando y presidiendo dos realidades muy significativas de nuestra Iglesia católica y de nuestra sociedad. Por una parte el Camino de Santiago como signo de un itinerario espiritual que ha sido recorrido por millones de personas a lo largo de los siglos descubriendo y profundizando las raíces cristianas de nuestro mundo occidental y por otra parte la dedicación de un espacio sagrado en el centro de una gran urbe como signo del encuentro de Dios con el hombre y expresión sublime de la belleza que éste es capaz de ofrecerle.
En el caso de Barcelona, el templo de la Sagrada Familia es una bellísima construcción de un hombre profundamente religioso con la evidente convicción de mostrar el misterio de la vida, muerte y resurrección de Cristo pretendiendo que toda ella fuera una monumental catequesis para las generaciones venideras. El templo de Gaudí se ha convertido en el espacio más querido de los habitantes de Barcelona y una clara señal de identidad de la ciudad. Ocurre lo mismo con los miles de visitantes que llegan a diario y quedan sorprendidos de la majestuosidad y sensibilidad religiosa del arquitecto.
Las gentes de nuestra isla acuden muchas veces, y por variados motivos, a Barcelona. Me da la impresión, por los comentarios oídos a muchos, que dicha ciudad no resulta nunca extraña o ajena al entorno vital de los que vivimos aquí. Al contrario, gran cantidad de menorquines, por las fáciles comunicaciones, por los lazos familiares y profesionales, por razón de estudios, por cuestiones de salud-enfermedad… la frecuentan y conocen a fondo todos sus rincones. Ésta es una razón más, unida a otras muchas de índole religiosa, eclesial, festiva, cultural, que me mueve a invitaros a compartir la alegría de los barceloneses por la visita del Papa a su ciudad.
Es un acontecimiento histórico que vale la pena vivir. En una ciudad que resulta tan querida para muchos de nosotros. Con el paso de los años, además de la vivencia personal del acto, el recuerdo del mismo permanece imborrable en nuestro corazón y es objeto de comentario cariñoso con amigos y familiares. Con mayor motivo insisto en la invitación para los católicos que experimentarán, en un concreto recinto y en un momento determinado, la grandeza de la eclesialidad y la belleza de la unidad de todos alrededor de la figura del Papa. Todos los que acudan, también quienes lo contemplen u oigan a través de los medios audiovisuales, se encontrarán con un hombre de Dios que les habla al corazón con plena sabiduría y que ofrece gestos de extrema humildad hacia sus huéspedes y hacia todos los que le rodean. Es una experiencia momentánea que se convierte en lección permanente para el futuro de nuestra vida cristiana.
La figura del papa Benedicto XVI es de sobra conocida en todo el mundo. Además, es creciente la admiración que suscitan sus palabras y sus gestos, tras los viajes y encuentros con gentes de toda clase de culturas y sociedades. Hay una asombrosa coincidencia en los comentaristas de todo tipo que desgranan sus crónicas referidas al último viaje a Gran Bretaña de hace unos días. Y la coincidencia radica en la valoración positiva de todo lo visto y oído. Ha ocurrido lo mismo con su visita a Sicilia y las palabras pronunciadas en su capital Palermo. Sorprenden y animan. Exigen y denuncian. Enseñan e iluminan situaciones difíciles. Y siempre ofrecen la verdad de Jesucristo que señala el camino de la fraternidad, de la libertad y de la paz.
Como obispo de Menorca siento el deber de dirigir estas líneas a todos vosotros, acostumbrados a acoger a visitantes diversos y, en vuestro nombre, dar la bienvenida a este visitante ilustre. También os animo a compartir alegría y presencia en este viaje acompañando al Santo Padre por las calles de Barcelona. El Secretariado de Peregrinaciones de nuestra diócesis ha organizado un viaje para facilitar los trámites a los interesados. Invito asimismo a los que no asistan a rezar para que los frutos espirituales sean abundantes y llenen el corazón de todos los presentes o lo contemplen por las pantallas de las distintas televisiones del mundo.