"Todo hombre, por poderoso que sea, acaba por enterrarlo un humilde sepulturero".
El día de Todos los Santos los cementerios tienen un ir y venir de aquellos que tenemos en ellos a un ser querido que se nos fue sin querer que se nos fuera, y a su tumba llevamos clavellinas, gladiolos, dalias y crisantemos. Y se nos renueva la memoria de lo que convivimos juntos.
En otros lugares, al Día de Todos los Santos, le dicen el Día de los Muertos porque a esta fecha del calendario no se la nombra igual, ni a los difuntos se les rinde parejos homenajes.
Fíjense en las costumbres mejicanas: el día 2 de noviembre la muerte visita a sus familiares vivos. Parece que los niños difuntos hacen esta visita un día antes, por eso preparan para estas visitas, el 31 de octubre en cada casa, una especie de altar sobre el que depositan lo que les gustaba a sus familiares cuando vivían. Y en Méjico no puede faltar un plato de frijoles o un plato de burritos bien picantes, pollo con mole y sobre todo una botella de tequila. Si esa costumbre para un menorquín resulta extraña, ya ni les digo lo de algunos familiares que se van al cementerio a comer con sus muertos. Y como el mejicano es un pueblo alegre, al cementerio llevan algunos músicos para que amenicen la comida. Una dulcería mejicana para el día de los difuntos, son las calaveras hechas de azúcar, popularísimas en todo Méjico.
La verdad es que en algunos cementerios se puede encontrar inspiración para el relato, el ensayo, la novela e incluso la poesía. Y cómo no un profundo y estremecedor recuerdo a la historia.
A la hora de elegir o que nos elijan la sepultura, en esa última voluntad también hay distinciones con tumbas especiales, mausoleos, panteones, criptas funerarias, muy distintas a las normales sepulturas. Fíjense en El Escorial, en una de esas criptas mortuorias están enterrados hombres y mujeres que en vida fueron reyes y reinas, y en una especie de tarta escultórica, los infantes y las infantas de España.
En Madrid hay un panteón de hombres ilustres, en el que están enterrados entre otros tres presidentes asesinados: Cánovas, Canalejas y Dato. El monumento se construyó lamentablemente como un edificio de una arquitectura entremezclada entre lo bizantino y lo veneciano, probablemente porque el proyecto original (como es costumbre en España) no era ni de lejos para lo que ahora representa. De manera que, entre una cosa y la otra, en mi opinión el edificio es un puro desastre arquitectónico.
En París, como pasa en tantas capitales, también tienen su panteón, su cripta de hombres ilustres, y allí están alejados de su condición de poderosos, que no les pudo evitar que al final les enterrase un sepulturero, Víctor Hugo o Voltaire. En Londres pasa lo mismo, en la vecindad de las tumbas que deberían igualarnos, descansa Darwin y Dickens.
En alguna necrópolis encontraríamos una lista sorprendente de personajes que en vida fueron queridos y admirados junto a otra lista de personajes tan odiados como temidos. Y ahí están también, en el mismo cementerio, los que no supieron o no pudieron soportarse en vida y ahorra reposan al fin hermanados en la cercanía de dos tumbas iguales.
Tanto como recordar a los seres queridos, el Día de Todos los Santos, al pie de una sepultura a la que ese día le quitamos el polvo acumulado durante el año y reponemos el reseco ramo de flores que dejamos hace unos meses, deberíamos aprovechar para detenernos un instante y recordar, que más pronto que tarde, nosotros también iremos (como se lo oí decir a uno el año pasado) "al huerto de los callaos". ¿Por qué entonces no aprovechamos para disfrutar mejor el tiempo que el Sumo Hacedor nos tiene destinado?, ¿por qué hacemos algunas cosas como si no tuviéramos que morirnos nunca?, ¿por qué no caemos, ante una sepultura, en la cuenta de que nos tenemos que ir de este mundo como vinimos a él, desnudos y sin nada?
Qué quieren que les diga, estos días para mí son días en que procuro dedicar un tiempo a darle vueltas a las cosas. El otro día pensaba ante la imagen de unos niños africanos armados con Kalashnikous tan grandes como ellos, que asesinan más que matan, en vez de andar jugando, que sería un quehacer propio de su edad. Matan sin saber ni cómo, ni a quién, ni tampoco el porqué. Entonces me dije: ¡Hay que ver! Nacemos desnudos, húmedos y con hambre… después la cosa empeora.
Por estar este articulillo dedicado a la festividad de Todos los Santos, déjenme, para terminar, que les deje un epitafio de uno que no hizo otra cosa en la vida que decirle al médico y la familia que la dolencia que tenía le iba a matar. ¡¡Os lo dije!!, mandó que le pusieran sobre su tumba. Con menos no se puede decir más, ni con más razón.