En el armario, mejor dicho, en el almario de mi cuerpo adolescente tenía dos camisetas de fútbol: la de mi tierra, la del Zaragoza, y la que nos metieron en la cabeza, la del Real Madrid. Al crecer, mantuve los colores del equipo de mis raíces, pero mudó la copa: a veces era blanca, otras azulgrana. Hoy, para reducir espacio en el perchero y por cuestión práctica, sólo tengo colgada la camiseta de la Romareda y la nueva reversible: una cara del Barça y otra del Madrid.
¿Es posible semejante zancadilla a la razón? ¿Ser bifronte en temas del balón, siendo éste esférico, sin caras, equivale a estar loco? ¿Tendré mente política por ser culé o merengue según quién juegue mejor aunque no mande en la tabla? Cuestión existencial grave la indefinición en la cancha o frente al televisor rodeado de entusiastas, vociferantes e incondicionales seguidores de uno u otro bando. ¿Qué hacer cuando la correntada de los medios arrastra millones de euros y espectadores a la presencia real o virtual del enfrentamiento de los antagonistas futboleros? ¿Agarrarse a los juncos de la orilla y, caso de tener canal de pago, verlo en familia y que las posibles discrepancias queden sólo en disputas domésticas? ¿Asumir los riesgos, en el bar de la esquina repleto de clientes, de ser un daltónico que aplaude las buenas jugadas del bando que sea y que censura la violencia de los contendientes o el mal desempeño del árbitro?
Una fecha después de la asignada en el calendario de la Federación, para garantizar la afluencia masiva de votantes en las elecciones generales de Cataluña, el lunes 29 de noviembre del 2010, se celebraría el histórico partido entre el Barcelona y el Real Madrid que definiría quién encabeza la clasificación de la Liga española.
El día de la máxima competición futbolística, después del Mundial, apareció lluvioso en casi toda la geografía española, incluyendo la ciudad del evento. Fiel a las costumbres populares, los carentes de televisión codificada se citaron en los bares habituales para presenciar el partido con parientes, amigos y parroquianos.
Uno puede tener doble cara, sin parecerse a Jano, el dios griego, ni ser androide, en cualquier torneo de los líderes de primera división. Siguiendo con la misma ambigüedad, la fecha fausta-infausta me encontró en Andalucía. En la Plaza de la Mezquita de Arroyo de la Miel, sin importar a qué lado pateaba, y con una hora de antelación para garantizar el sitio, fui convocado al bar Kim por los allegados.
Esperando tras los cristales de casa, el diluvio que caía trajo la nostalgia. Y aparecí en una calle de tierra del Arrabal zaragozano. Era Del Sol que chutaba contra la doble puerta de madera de la serrería y el bachiller que de puntillas en el chaflán del bar Norte veía en blanco y negro los triunfos del Madrid en la Copa de Europa y gritaba sus goles. En la voz engolada del NODO y en los titulares de los diarios franquistas era el único equipo patrio que triunfaba en el extranjero, donde nos miraban de arriba porque éramos pobres y atrasados: emigrantes y con mujeres que no fumaban, no llevaban bikini y no…El Barcelona era bueno pero menos, eran catalanes que hablaban polaco y se querían separar de España.
Hoy el Ebro se ensancha hasta el Río de la Plata, los catalanes son familia e, independentistas o no, tan buena o mala gente como todos, aunque hablen catalán en mayoría y con poca educación cuando no usan sus dos lenguas para tener doble y no media facilidad en comunicarse.
Seguía la lluvia. Llamaron para informar que ya estaban yendo a la cita y contesté que no iría, que disculpasen, que prefería no salir de casa. No salir y continuar los pensamientos de cómo también ahora nos llevan de las orejas al circo cuando falta o sobra el pan, como los políticos complican las cosas en vez de solucionarlas, que los socialistas pierden, que gana el centro derecha, que el tripartito, que Laporta, Presidencia 1- Escaños 4, que Cataluña independiente…Siempre fútbol y política de la mano.
Cansado de las vueltas de cabeza a fin de mes y reafirmado en la decisión de quedarme, pongo en el video la película Arcadia. Asocio su guión con los fichajes del Real Madrid: su Presidente, dueño de la tercera empresa española por número de empleados y la séptima por facturación, compra los mejores futbolistas del mercado para que no jueguen en su contra. En la ficción del cine, un ingeniero industrial de celulosa, es cesanteado y busca inútilmente trabajo. En su demencial calvario identifica como enemigos a cinco colegas en paro, mejor posicionados que él en el mercado laboral, y decide eliminarlos para así tener acceso al puesto de alguna oferta. Un peliculón de Costa Gavras.
Al final del primer tiempo, llama la hija desde Barcelona. Estaba con su pareja viendo el partido en la mesa reservada de un bar y, con voz exultante, canta el dos a cero. Vuelve a sonar el móvil con el cinco a cero y comenta que se está armando la de dios, que Ronaldo empujó a Guardiola, que a Messi le pegaron en la cara….
Termina la película y el agridulce resultado del clásico lleva en busca del canal que resuma el partido. Agrio por la justa y abultada derrota, asqueado por el divismo de Mouriño, contrastando en demasía con la sencillez del entrenador rival, harto de la chulería de Ronaldo y de Ramos y cansado de que el Madrid no sea un equipo sino un elenco de primeras figuras compradas a golpe de soberbio talonario. Dulce porque es el equipo de mi niñez y si yo cambié cosas difíciles, con este Madrid mejorado queda la esperanza de que alguna vez su grandeza lo haga humilde. En la revancha del Bernabeu le meteremos un cesto de goles. Y ya que no fuimos caballeros en la derrota, seremos generosos y educados en la victoria.
Se sabe, es más fácil cambiar de partido que de equipo.