Que hayamos cerrado el año 2010 con 70 víctimas de la violencia doméstica -algunas asociaciones feministas cifran dicha cantidad en 77- es, no ya de vergüenza ajena sino de pedir la baja como miembro del género humano y emigrar a otro planeta, porque rebasa todo límite, incluso añadiré que una sola víctima es ya de por sí demasiado, 70 es algo brutal, dramático, inconcebible.
Sin embargo y desde el pesimismo me temo que las circunstancias actuales de crisis, de falta de trabajo y otras añadidas, sean caldo de cultivo para que la violencia, toda clase de violencia, no simplemente la de género, se instale en nuestra sociedad, lo cual exige una toma inmediata de medidas tendentes a evitar que esta lacra campee a sus anchas y siga aumentando.
Actualizar y actuar con toda la contundencia que la Ley permite, como medidas disuasorias puede evitar que la escalada de muertes o agresiones se frene pero, sin bajar la guardia, lo importante o urgente es profundizar en la educación y en el respeto mutuo, sin permitir que nadie se crea dueño de otro ser humano porque todos somos libres, capaces de vivir y afrontar nuestro propio destino, en ocasiones forjado desde el equívoco o el error, pero libres, incluso para equivocarnos.
La tradición, la educación, las costumbres nos enseñan y nos ofrecen pautas de conducta; antaño la mujer estaba supeditada al hombre, antaño quienes eran agredidas, maltratadas, física o psicológicamente o agachaban la cabeza y "tragaban", o salían incluso peor libradas … "si mi hijo te ha llegado a … es porque tú has hecho algo inconfesable", frase como esta u otras de igual perfil eran frecuentes; ahora no, ahora la mujer maltratada tiene otros medios a su alcance, el primero de ellos -yo apuntaría como medida disuasoria la patada en los c.- el denunciar que debe llevar a una inmediata actuación judicial y policial "correcta", que evite cualquier posterior acto delictivo.
Pienso que la sensibilidad de la sociedad ante tamaña brutalidad es cada vez mayor; el rechazo social a los maltratadores es evidente pero no suficiente, lo será cuando en las estadísticas oficiales no aparezca ni un solo caso de violencia doméstica, producto de la sinrazón, o de otras motivaciones nunca aceptables, siempre rechazables, porque la vida es el don más grande que todo ser humano posee.
Vivimos inmersos en un mundo violento, de depredadores, de ganadores, un mundo en el que los prototipos al uso son seres carentes de sensibilidad, de respeto y todo ello conforma un entramado totalmente en desacuerdo con las directrices de una vida compartida en la que podamos disfrutar desde la puesta del sol, hasta una tarde lluviosa, una vida confortable en que el denominador común sea el gozar de las pequeñas cosas de cada día, no de ser el más cachas, o el más fanfarrón; si aprendiéramos a valorar el entorno, la lectura, o la música, incluso las tertulias con los amigos, habríamos iniciado el camino hacia un futuro menos violento y más respetuoso, un futuro en el que las mujeres tienen, porque se lo han ganado a pulso y palmo a palmo, un importante rol a desarrollar, aunque ellas, con mayor clarividencia que los hombres, quieren compartirlo y desde la diferencia incuestionable que existe entre ellas y nosotros hacerlo posible trabajando con un mayor sentido del "compartir".