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Crítica es libertad

La conjura de los necios

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Hará unos tres o cuatro de años detecté en las cercanías de S' Ullestrar (Sant Lluís) a un personaje ciertamente peculiar que de inmediato me recordó al protagonista de un libro disparatado, ácido y divertidísimo. Regordete y con mirada confundida, montaba una motocicleta ya en su tercera edad llevando las piernas alargadas hasta casi tocar el asfalto. Su aspecto desaliñado lo completaba vistiendo un tabardo (en pleno verano) mientras cubría su cabeza con un gorro con orejeras de fieltro. Aparcó en el supermercado de la zona. ¡Dios mío¡ no me lo podía creer. Era el clon perfecto de Ignatius J. Ripley.

En 1981 se concedió el Premio Pulitzer a John Kennedy Toole por su obra "La conjura de los necios" ("A confederacy of Dunces". 1980). Con un trasfondo ciertamente dramático, su lectura refleja una de las tragicomedias más humanas, entrañables y, al tiempo, más jocosas por las extraordinarias y peculiares situaciones que genera su protagonista (o su anti protagonista) Ignatius.

Los continuados fracasos para conseguir su publicación condujeron al autor del libro a la depresión y al posterior suicidio. Solo la obstinación de su madre propició la edición de la obra que ha quedado como una de las clásicas referencias del individualismo y de la lucha por ser diferente frente al alineamiento de la sociedad actual. La historia cuenta los variados excesos del protagonista que conforman su muy especial forma de vida. Ello crea situaciones realmente hilarantes.

Normalmente el exceso también conduce a la irracionalidad y de ahí al fracaso. Hace unos días Quim Monzó (magnífica la exposición biográfica en el Arts Santa Mònica de Barcelona de hace unos meses) recordaba en su habitual columna de La Vanguardia la famosa frase de Shakespeare (Macbeth) afirmando que el alcohol "provoca el deseo pero impide su realización". Efectivamente el alcohol en exceso desinhibe pero impide la erección. Todos los excesos impiden la normalidad y si ello es negativo en la esfera personal tanto más lo es a nivel político. Lo vemos en nuestra Menorca, una isla que sufre de varios excesos. Abramos el catálogo.

Ser "demasiado" ecologista (o serlo en exceso) también daña la Naturaleza. Todos vemos ya como el intenso amor proclamado "a tutti venti" por un determinado colectivo hacia un camino costero histórico en Menorca provoca ya la irremisible destrucción del mismo al tiempo que fuerza a la emulsión de ingentes cantidades de dineros públicos para mantener el capricho de esos "ecolos" que no han conseguido sino degradar y polucionar lo que antes era virgen. La Naturaleza está reñida con la masificación.

Otro exceso de la Isla es el sobredimensionado organigrama de las administraciones en Menorca. No hay quien entienda como una comunidad de apenas 70.000 habitantes reales necesite de varios miles de funcionarios cuando un barrio de una gran ciudad que dobla o triplica ese número, se apaña con unos pocos cientos. Funciones dobladas, incapacidad organizativa, nula voluntad política, intereses partidistas, voluntades localistas de boina, etc. Todo ello impide solucionar el problema del exceso administrativo en la Isla.

La incapacidad política también se demuestra con los excesivos palos de ciego que van dando de aquí para allá los políticos que representan un teatro de multi actividad ficticia sin llegar a concreción alguna. Lo acabamos de ver con la "iniciativa" llevada a cabo por el Consell Insular en Barcelona en otro intento desesperado más (y a última hora) para intentar atraer visitantes para los fines de semana y puentes de invierno. En una isla con escasos e incómodos horarios de transporte aéreo, con las tarifas aéreas más altas de toda España, sin oferta complementaria (ni tan sólo testimonial en muchos casos), con Mahón abierta en canal, etc. esta pantomima es, más allá de querer hacerse la foto para aparentar actividad, un fracaso seguro y un gasto prescindible.

Otro exceso es la extraña e incomprensible mutación del socialismo histórico en nacionalismo radical de nuevo cuño. Lo hemos visto en los ayuntamientos menorquines, en el Consell y en el Govern. Quienes eran, por definición, obreros españoles se han convertido en "funcionarios" catalanes. Los tiempos cambien que es una barbaridad.

Otro. Las políticas amparadas exclusivamente bajo el prisma del nacionalismo ecologista de pandereta conducen irremediablemente a la miseria económica por demasiado restrictivas. La realidad debería de hacerles entrar en su cabeza, bajo la boina, que sus acciones excesivas en su minimalismo han traído la miseria a nuestra isla.

Y otro exceso más. La imposición de una lengua standard (forma ajena a nuestra isla) es también un exceso ya que desvirtúa la costumbre y la tradición de Menorca. Parece que solo a unos pocos nos interesa preservar el legado cultural que nos dejaron nuestros antepasados. Son tristes los comentarios descalificadores de quienes confunden esa defensa con la "creación" de nuevas lenguas. Lejos de "castellanades" y "catalanades" hay que preservar la personalidad de nuestro dialecto, una forma más de un cuerpo con varias extremidades cada una de las cuales con sus propias características. Forzar a mantener la "indisoluble unidad" de la lengua aparte de recordarnos tiempos idos, es contribuir, sin duda alguna, a la muerte de nuestra forma de comunicación menorquina. Usurpa nuestra costumbre. Efectivamente, otro exceso.

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