Vamos a ver. -¿Tratamiento antiestrés? ¿Hidroterapia? ¿Cura de reposo? ¿Cura de adelgazamiento?...
- Yo venía para una cura de humildad…
- ¡Ah, bueno¡ Póngase el último de la cola.
En aquel balneario se respiraba tranquilidad. Durante el desayuno, la gente conversaba sin temor a ser criticado. Hablaba de lo que le preocupaba o hacía infeliz. Contaba chistes sobre cosas serias, al tiempo que se tomaba en serio cosas que parecían insignificantes.
Sin importar las jerarquías ni las clases sociales: era como un pequeño mundo al revés.
Sobre el jacuzzi había una gran bóveda, a modo de planetario, donde se podía contemplar una proyección del insondable cielo estrellado. En ella se explicaba la teoría heliocéntrica, en la que el hombre dejaba de ser considerado el centro del Universo (e incluso, del hogar) como antaño se había creído erróneamente. Después de cenar, un documental sobre la teoría de la evolución hablaba del largo camino de nuestra especie en pos de la supervivencia. Tras el café, un bonito sermón sobre los valores evangélicos le aportó una gran paz interior.
También estuvo leyendo, a ratos, un libro de psicología que afirmaba que el inconsciente puede ocultar la realidad, reprimiendo o deformando nuestras percepciones y pensamientos.
- ¡Caramba! – se dijo – es mejor ser interesante que importante.
Y se acordó de aquel campesino que conoció una vez y que le enseñó montones de cosas sobre las propiedades de las plantas, la vida austera en el campo y las curiosas costumbres de los animales. El hombre no se daba ninguna importancia, pero a él lo dejó vivamente impresionado con su insospechada sabiduría.
Pensó que las cosas más valiosas, a menudo pasan desapercibidas…Habían transcurrido los días sin apenas darse cuenta. Se acercó hasta la recepción para dejar la llave:
- Gracias por todo. Realmente, los últimos serán los primeros…
- Ha sido un placer. No estamos para ser servidos, sino para servir…
Agotada su estancia allí, tenía una nueva mirada. El engreimiento que le caracterizaba y le hacía tan insufrible, casi había desaparecido. Se sintió alegre y ligero. Comprendió que no era más que nadie (ni menos tampoco). Y volvió la vista atrás: cuando dejó la modestia aparte y se endiosó tanto que llegó a creerse autosuficiente. Eran días tristes, en los que miraba a los demás por encima del hombro y hasta el conocimiento se le había subido a la cabeza.