El título no es mío, hace tiempo que lo aprendí, ignorando a quien correspondía.
Precisamente, hoy me enteré, que su autor fue alguien muy importante, Platón.
La primera vez que lo escuche, no se yo los años que tendría, siete, ocho? Fue en la iglesia de San Antonio, de Sa Raval. Debió ser la única vez que acudí siendo templo, encontrándonos varios colegios de Mahón.
El motivo, escuchar un sermón. Ignoraba su significado. Por ventura que en uno de los bolsillos del abrigo llevaba varios cromos repes, para cambiar. Los niños de este siglo dirían, un rollo, eso es lo que fue. Auténtico embull una charla a buen seguro escrita y pensada para adultos. Aquel cura llegado con el vapor gras com un porcellet . Se dirigió a unos niños que difícilmente podían entender de que se les hablaba. Haciéndoles sentir culpables de la muerte de Jesús en la cruz. Jamás lo olvidé, especialmente en mis tiempos de catequista en san Cayetano de Llucmeçanes y en la pequeña iglesia de san José, en tiempos del señor Petrus, en que evité hablar de pecados y de infiernos. Aquell homo me va obrir els ulls.
El titular hoy elegido, me quedó gravado, no se porque, pero aquel caserón oscuro, de paredes más bien negras que una altra cosa, ladrillos rotos, sillas medio desechas ses boves panjaven, todo muy tétrico, escuchándose constantemente el toser de unos y otros, hacía frío y lamentablemente la ciencia no combatía la temida tos ferina, se debía recurrir a las sesiones diarias en la fábrica del gas, sa de baixamar. Y así y todo su son no cesaba. El capellán repetía, callarse, silencio…
Al ser preguntada por mamá Teresa, mientras íbamos comiendo, no supe que explicar, lo único que estaba claro, sería conveniente estrenar el cuaderno que me regaló Fermina, la criada de don Agustín Domenech Landino y su esposa doña Carmen Aguiló. Una libreta de publicidad que en las tapas se leía "Dolores de cabeza, musculares, Aspirina Bayer".
Aquel cura, lo había dicho muy claro. Se debían confesar todos, todos los pecados, sin guardarnos ni uno, por ello, la mejor idea sería la de ir escribiendo, al ir a estrenar la primera página de la libreta, mi madre me aconsejó que no era necesario explicarlo todo al señor Villalonga, por aquellas fechas las colas en los confesionarios llegaban hasta la misma puerta. Una mayoría acudía una vez al año, lo que suponía que buidar es sac, una vegada cada any, feia anar la cosa poc a poc. Una vez recibida la absolución, saber la penitencia, se te hacía entrega de un paparet blanco, donde se escribía el nombre de la feligresa y fecha, quedando registrado.
Todo cuando envolvía la Semana de Pasión, nada tenía que ver con las de este siglo Los templos quedaven capgirats, tapando con crespones morados todas las imágenes, cuadros religiosos, cruces. Siendo descubiertos el sábado de gloria. A lo largo de aquellos días, cada oscurecer, se ofrecían actos litúrgicos. Hasta llegar la mañana del jueves, que la parroquia de Santa María ofrecía una imagen preciosa llena de fastuosidad, de luz y flores por doquier, llenándose incluso los palcos del primer piso, tras haber añadido infinidad de sillas en los lados, transportadas por el carro de la casa de Misericordia. Aún pasaría un tiempo en cambiar aquellas por bancos.
Si las puertas de las iglesias se llenaban con motivo de las bodas, los jueves a los que me refiero sucedía tres cuartos de lo mismo. Exclamando ¡oh! cada vez que pasaba una de aquellas parejas tan preciosas. La mayoría iban guapos, guapos de ver.
Ellas vestidas de negro, tocadas con peineta, mantilla, sus correspondientes alhajas, guantes blancos, misal, rosario, zapatos de tacón, medias de cristal. Los varones de traje oscuro, preferible negro o el clásico mil rayas en gris merengo, camisa blanca. Si la celebración litúrgica era fastuosa, con los centuriones y molts de capellans i monassillos, la salida era esperada por los que no iban a misa.
No debo ni puedo olvidar la intervención de don Miguel Petrus Marqués al órgano. En mis tiempos era el único que daba al teclado, ello hace que no esté de acuerdo con el último libro que se publicó del mismo, merecedor de mayor espacio, y no digamos de Periano, se merecía las centrales y mucho más. Su puesta a punto en todo momento, desinteresadamente, sus constantes estudios y su amor por el canto litúrgico.
Los que cubren canas, o usan tintes para disimularlas, recordaran aquel mediodía, paseando por nuestro Mahón, la ciudad hermosa y galante, cómoda, acogedora, con vida, mucha vida, bordeada de bares, cafeterías, restaurantes. Las terrazas con sus butacas de mimbre, sus mesas de mármol con potentes pies de forja. Un ir y venir alegre, mezcla de jóvenes y mayores de todas las edades, padres, abuelos, sin ser mal mirados por nadie, había convivencia, se sentaban las familias en torno a suculentas tapas, unidas, familiarmente. Alguien dirá, que eran tiempos de la dictadura, efectivamente, pero una dictadura mucho menor que la que se vive ahora, que tras una guerra, había trabajo para todos, un Frente de Juventudes de la Sección Femenina que daba gloria.
Durante aquella semana llamada Santa, las amas de casa no cantaban ni frente a es cossil, ni fregando los platos ni los suelos, ni planchando, haciendo la comida o finalizando el pedido de bisutería. En la radio todas las emisoras se repetían con música sacra, por ello se acudía a las francesas, las más cercanas a los Pirineos. Dando a entender el respecto que se tenía por aquel motivo. Los siete viernes de Cuaresma no se comía carne ni embutidos, fuesen o no creyentes, se respetaba. Y desde el jueves a las tres de la tarde hasta el sábado por la mañana, se continuaba con el pequeño sacrificio, si es que así se le puede llamar. Con la particularidad que desde, el viernes por la mañana, los hornos cocían las empanadas y los "crespells" que elaboraban nuestras madres, a pesar de la tentación que producían, se guardaban en sus correspondientes latas, en lo alto "des prestatge de dins es rebost".
Si la procesión del viernes conocida como del Santo Entierro, siempre fue tan solemne, tan sentida, la grandiosidad el alboroto alegre y festivo del sábado de gloria es inenarrable, para esta abuela, que vivió en su infancia el jaleo del paseo matinal por calles y plazas casi siempre bajo un sol más parecido al del verano que al primaveral. Los niños repiqueteando con fuerza dos viejas tapaderas al son de:
Rata pinyada/ surt des niu / que el Bon Jesuset, ja es viu /
La primera vez que me uní a aquel recorrido, con permiso de mamá Teresa, se me consideraba demasiado pequeña, una de mis vecinas, la querida Asunción Serrano era algo mayor, y muy buena prometiendo no soltaría mi mano, algo imposible, debía repicar. Y lo disfrute, descubrí mi ciudad, uniéndonos a la larga columna que llegó a la plaza de San Roque, procedentes de Santa Eulalia, San Juan, San Carlos, de la Plana, del Carmen, Santa Rosa, San Sebastián uniéndonos los de mi barrio, hacia el paseo de la Miranda, el mercado, bajando por la cuesta del Mar y la Marina, todo derrumbado, sin casas, ni el antiguo cuartel de carabineros, ni la iglesia de San Pedro, todos los almacenes, talleres de herrerías, Hacienda, convertido en proyecto de cuesta de la Victoria.
La columna infantil, tras subir y bajar promontorios de piedras, "marès" y peltreb llegamos al muelle, rumbo a la cuesta del General, fue mi primera vez, temiendo encontrarme con el moro Xoroi del que me hablaba mi padrino. Nada sucedió, yendo a parar a Isabel II, San Francisco, Frailes, Arrabal, Bastión también "capgirat" cuesta de Hannover, Nueva, Ravaleta, y por fin encontraba calles conocidas. De perderme, sabría volver a casa sola… ¡Por fin ¡ jamás lo iba a olvidar, descubrí mi ciudad, conviví con infinidad de niños y niñas, tan solo echaba en falta una cosa, aquel sábado no había acudido a Sa Sínia des Moret, echaba de menos a mis queridos primos.
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