Cuando los resultados electorales son ajustados, los actores principales suelen hacer enrevesados análisis políticos que transmiten la idea de que todos han ganado algo. No es el caso de lo ocurrido el domingo. La contienda librada democráticamente en las urnas ha dado un claro e indiscutible vencedor, el PP, aunque siempre hay quien puede sentirse satisfecho de haber salido indemne de su batalla particular en medio del naufragio generalizado del PSOE (Xiscu Ametller o Pere Moll, por citar dos ejemplos). Sin embargo, sí que se ha extendido en las primeras declaraciones y valoraciones un mensaje común: todos toman nota de la sentencia del pueblo. Los vencedores porque dicen sentirse obligados ante la responsabilidad asumida y los derrotados por el mensaje de castigo del electorado.
Esta es la grandeza de la democracia. El pueblo habla, pone a cada uno en su sitio y la alegría va por barrios. Claro está que se ha de tomar nota, pero en lugar de hacerlo después de unas elecciones convendría escuchar al pueblo a diario para luego no llevarse algún que otro berrinche.