Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido proclamado oficialmente candidato, este sábado, por la Comisión de Garantías Electorales del PSOE. Ya solo queda el acto formal, con palmas incluidas, de ratificación el nueve de julio, por el Comité Federal.
De nuevo, y en los meses finales de su mandato, el presidente del Gobierno incumple otra de sus promesas (aunque formalmente traten de vender lo contrario) que su sustituto saliera de unas primarias. Es verdad que la situación económica del país no está para que uno de los dos partidos, alternativa de gobierno, se distraiga en procesos internos. Pero que duda cabe de que este sistema de elección del candidato sería mucho más democrático que la elección a dedo del sucesor.
Dada la situación de desmoralización de la militancia socialista tras la derrota apabullante del 22 de mayo y con las encuestas advirtiendo de un futuro poco prometedor, Alfredo Pérez Rubalcaba es, sin duda, el mejor candidato. El único que puede lograr una recuperación de ese voto perdido, o que en mayo se quedó en casa, y que ahora contempla con preocupación la acumulación de poder en manos del Partido Popular. Son esos votantes de centro que quisieron castigar una mala gestión económica de la crisis pero que tampoco quieren que la derecha se haga con el poder absoluto en todas las instituciones del Estado. Esos a quienes preocupa la actitud prepotente de determinados dirigentes populares que, tras el triunfo en las municipales, creen que las imputaciones en casos de corrupción son agua pasada, ya que sus electores no las tuvieron en cuenta a la hora de votarles.
También esos votantes que hoy se cuestionan si no habrá sido demasiado duro el castigo infligido a una sola sigla, cuando la oposición no ha aportado nada para salir de la crisis.
Rubalcaba tiene ahora ante sí el mayor reto de su larga carrera política: convencer a la ciudadanía de que las duras medidas de recorte económico, emprendidas desde mayo de hace un año por el ejecutivo del que forma parte, eran imprescindibles para que España no siguiera la senda de Grecia o Portugal.
Es un buen candidato porque se le supone el crédito y la convicción suficiente como para llevar al ánimo de los ciudadanos la certeza de que la llegada de Rajoy a la Moncloa no hará que el paro desaparezca por arte de birlibirloque.