Los que me honran leyéndome saben que llevo mucho tiempo advirtiendo a la familia política que debe cambiar el paso y la dirección del camino que llevan, o cualquier día se van a encontrar con que sean los votantes los que les hagan cambiar.
Llevan los políticos demasiado tiempo instalados en la equivocación de hacer con las arcas públicas mangas y capirotes, que eso no es otra cosa que lo que les viene en gana, sin que les alcance la razón de recordar siquiera que ese dinero no es suyo, sino del contribuyente. Y lo que el político tiene simplemente que hacer es administrarlo. Para eso se le ha votado, para eso se le ha elegido, y administrarlo bien, y sobre todo con absoluta honradez. Cuando los dineros públicos se administran mal, cuando se derrocha sin ton ni son y al pueblo le llega con demasiada frecuencia la tafarada del nauseabundo tufo de las corrupciones por doquier, emanadas del ilícito aprovechamiento del cargo para enriquecerse o para tener tan injustos como injustificables privilegios, el personal acaba, y con razón, por hartarse. Las harturas colectivas sin otra dirección que la hartura, pueden desbarrar como desbarraron ante el parlamento catalán cuando al rebufo de la protesta pacífica de los indignados, organizan tropelías los antisistema, los que se la tienen jurada al mobiliario urbano, pongo por caso si gana el Barça y si pierde, también. El caso es armarla, un fenómeno muy arraigado en zonas concretas de la España de los intolerantes.
El pacífico fenómeno de la Puerta del Sol de los indignados del 15-M se extendió a buena parte de las capitales españolas porque no se puede tener a una juventud sin presente y sin futuro y encima con una hipoteca por pagar, esperando además que se resignen a tan injusta situación. Esa juventud, tarde o temprano, acaba culpando al político de su situación. El problema se agrava con el mal ejemplo que da el político al vivir a tutiplén, cada vez con más privilegios sufragados por la ciudadanía.
Ahora… sólo ahora, los políticos se empiezan a dar cuenta que transitan por arenas movedizas. Se les ve mucho el plumero cuando ayuntamientos y gobiernos autonómicos están recortando lo que ellos mismos han creado, están desinflando lo que han inflado antes. Sólo ahora, y muy someramente, renuncian, aunque sea a regañadientes, a tanto cargo elegido a dedo, a tanto cochazo de 60.000 euros, a tanto chófer y a tanto guardaespaldas. Incluso dan muestra de renunciar, en el aspecto crematístico, a una parte de sus emolumentos. Se rumorea incluso que se van a crear normativas para no cobrar más de un sueldo público, quizá por temor que si no hacen ningún gesto puede pasar que el volumen de indignados sea cada vez mayor y más cabreados. Deberían pensar también que, quizá, más organizados.
Fíjense en el siguiente dato: en el Ayuntamiento de Madrid, los distintos grupos políticos acaban de llegar al acuerdo de aligerar el ingente número de los contratados a dedo en 23 puestos. Con tan solo 23 asesores menos, el ahorro sólo por ese concepto será de 900.000 euros. Algo así como cerca de 150 millones de pesetas que han salido del bolsillo del contribuyente durante los cuatro últimos años.
¡Claro! Es fácil pagar con dinero ajeno. Es fácil y cómodo lo del coche oficial, el chófer, las dietas, los privilegios de viajes gratis, las comilonas, etc., etc., y todo a costa del contribuyente, olvidándose de un detalle, que quien paga tiene por lo menos derecho a exigir. Y hartos de pagar y pagar, los que pagan se están poniendo vigilantes para saber en qué y cómo se gasta su dinero.
No nos engañemos, en esos conatos ahorrativos de este principio de la política urbana o autonómica, ¿es un gesto que les honra o es que acaso le han visto las orejas al lobo?
Tampoco es nada extraño que el personal se plantase ante el parlamento valenciano donde han tomado posesión de sus cargos políticos imputados. Es como si estos estuvieran convencidos de estar por encima del bien y del mal, o lo que tampoco es mejor, no parece importarles que sean ellos, precisamente ellos mismos, los que están degradando el noble ejercicio de la política. Que cuando la política se empuerca, tarde o temprano acaba por generar graves consecuencias. De momento, lo que no es poco, está generando el desafecto de la ciudadanía.