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Mentes despiertas

Humor, buen humor

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A pesar de las dificultades de todo tipo por las que atravesamos en nuestro país, y tal vez por eso mismo más todavía, precisamos en nuestra vida política y social del buen humor. Pero un humor inteligente, regenerador, proactivo. Pudiera ser como el de "La codorniz", del genial Miguel Mihura, repleto de ingenio y sediento de libertad. O aquel del intrépido y lenguaraz Ernesto Giménez Caballero, criticando al afamado Juan Ramón Jiménez, de una manera directa pero finísima.

http://www.filosofia.org/hem/dep/gac/gt00801b.htm
(¡Lean, lean! ¡Qué actualidad de paralelismos se podrían hacer ahora con los lepidópteros y su espiritrompa, metafóricamente vistos por él en la persona de nuestro sensibilísimo poeta nobel!)

Y, precisamente, de Miguel Mihura no me resisto a transcribirles parte de la conversación inicial que en su "Tres sombreros de copa" nos deja constatación del absurdo de muchos estereotipos, grandilocuencias y discursazos que todos, sí todos, no exclusivamente los políticos, corremos el peligro de hacer crónico en nuestras responsabilidades habituales.

Don Rosario: Pase usted, don Dionisio. Aquí, en esta habitación, le hemos puesto el equipaje.

Dionisio: Pues es una habitación muy mona, don Rosario.

Don Rosario: Es la mejor habitación, don Dionisio. Y la más sana. El balcón da al mar. Y la vista es hermosa. (Yendo hacia el balcón.) Acérquese. Ahora no se ve bien porque es de noche. Pero, sin embargo, mire usted allí las lucecitas de las farolas del puerto. Hace un efecto muy lindo. Todo el mundo lo dice. ¿Las ve usted?

Dionisio: No. No veo nada.

Don Rosario: Parece usted tonto, don Dionisio.

Dionisio: ¿Por qué me dice usted eso, caramba?

Don Rosario: Porque no ve las lucecitas. Espérese. Voy a abrir el balcón. Así las verá usted mejor.

Dionisio: No. No, señor. Hace un frío enorme. Déjelo. (Mirando nuevamente.) ¡Ah! Ahora me parece que veo algo. (Mirando a través de los cristales.) ¿Son tres lucecitas que hay allá a lo lejos?

Don Rosario: Sí. ¡Eso! ¡Eso!

Dionisio: ¡Es precioso! Una es roja, ¿verdad?

Don Rosario: No. Las tres son blancas. No hay ninguna roja.

Dionisio: Pues yo creo que una de ellas es roja. La de la izquierda.

Don Rosario: No. No puede ser roja. Llevo quince años enseñándoles a todos los huéspedes, desde este balcón, las lucecitas de las farolas del puerto, y nadie me ha dicho nunca que hubiese ninguna roja.

Dionisio: Pero ¿usted no las ve?

Don Rosario: No. Yo no las veo. Yo, a causa de mi vista débil, no las he visto nunca. Esto me lo dejó dicho mi papá. Al morir mi papá me dijo: «Oye, niño, ven. Desde el balcón de la alcoba rosa se ven tres lucecitas blancas del puerto lejano. Enséñaselas a los huéspedes y se pondrán todos muy contentos...» Y yo siempre se las enseño...

Dionisio: Pues hay una roja, yo se lo aseguro.

Don Rosario: Entonces, desde mañana, les diré a mis huéspedes que se ven tres lucecitas: dos blancas y una roja... Y se pondrán más contentos todavía…

Sí, estaremos de acuerdo en que para construir el bien propio y el bien común tenemos todos el reto de ser auténticos, pues decir la verdad y buscarla cada día dentro y fuera de uno mismo construye confianza y respeto mutuo, además de asentar una reputación sólida y un seguro progreso económico y social.

Ya está bien de desconocidas "lucecitas en la ventana" siempre iguales, de las que muchos ignoran en sus colores, por no mirar con otros ojos.

Hemos de recuperar la consistencia de lo que decimos, el amor a la verdad. Recuperar el romance de lo cotidiano, la buena convivencia, un trato personal libre de prejuicios, con margen para las rectificaciones. Y de esta forma tender puentes, dejando fuera la política entendida como politiqueo, apartando chismes y faroleos. Aflojando de tanto en tanto en alguna cosa, para esponjar el trato cordial y constructivo con todos.

Para eso, más que prudencia y precaución, pongamos valor y decisión, pues creo que ya estamos todos vacunados frente a los políticos paradoja que siembran de excentricidades y caprichos legislativos nuestros boletines oficiales, ya sean estatales o autonómicos.

Ya está bien de llevar calladamente una democracia pusilánime, que nos bombardea con decisiones negativas para todos, y en seguida, con un despiadado ruido mediático, nos hechiza con temas insignificantes que dispersan la atención.

Y si alguien se siente aludido, no se apuren políticos salientes o de nuevo relumbrón, recuerden a Jorge Luis Borges cuando decía que el fracaso y el éxito son dos grandes impostores, pues nadie fracasa tanto, ni nadie es tan famoso.

No hay que temer las auditorías de cuentas cuando sucede una sana alternancia en el poder político. Repechando montañas de trabajo encontraremos soluciones óptimas para todo, pero hay que calzarse bien las botas, hay que asegurar la cordada pues no estamos solos.

Hay que asumir las críticas con todo respeto y honestidad. Y, a la vez, revisar dónde están, cuáles son, los fundamentos reales de esa opinión crítica quizás generalizada.

Duele, y empobrece, el autoengaño que suele aparecer en destacadas gentes de la vida pública, con grandes responsabilidades y de referencia mediática. Esa patraña provoca un gran desprestigio a la razón y acaba relativizando el valor de las personas, haciendo a las más frágiles víctimas de mil y un embaucamientos.

En todo caso, como decía Cicerón, "todos los hombres pueden caer en un error, pero sólo los necios perseveran en él." Por eso, y como no somos micos de repetición, superemos nuestras propias limitaciones y comprendamos las de los demás, con espíritu deportivo, con sinceridad y buen humor. Rectificando lo que haya que rectificar, por el bien de todos.

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