Vivimos tiempos cambiantes, convulsos, en algunas cosas muy de "cogérsela con papel de fumar" y casi siempre precipitados, donde el que por su oficio habla en público o escribe para el público, debe tener prudencia y "tenérselas tiesas" antes de salirse del sendero amanerado, cuando no fatuo, de tener que usar eufemismos para decir las cosas tal cual son, es decir, antes que decir verdades verdaderas contempladas por el diccionario entendible del lenguaje coloquial. Déjenme que les ponga algún ejemplo.
No se le ocurra, pongo por caso, dirigirse a una pareja de sudamericanos que lleven en su piso ocho meses sin pagarle el alquiler, pues puede que cuando usted les diga que aquí la costumbre es pagar el alquiler todos los meses, le traten a usted de racista, que quiere decir o señalar animadversión o desprecio, cuando no odio al extranjero. Todo y que en su caso, usted simplemente reclamaba la deuda que esas personas tienen contraída. Nada… a partir de ahí usted ya es un racista. Incluso puede que le llaman xenófobo, que más o menos viene a ser lo mismo, el odio hacia lo foráneo, pero que suena más directo y más aún cuando quien se lo diga no se anda por las ramas y sin otro pecado le llame a usted racista y xenófobo. ¡Vamos hombre! Mira tú que pedir que le abonen el alquiler de ocho meses.
Tampoco se le ocurra, si ve usted a dos señoras o a dos caballeros besándose mutuamente, ellas por un lado y ellos por otro, mostrar la más mínima sorpresa. ¡Pero alma de cántaro! ¿Usted en qué siglo vive? Le llamaran homófobo. ¿Qué es un homófobo? Parece que la respuesta que mejor se ajusta a la pregunta sería: alguien que tiene miedo a la homosexualidad, y por extensión se dice para señalar a quien siente antipatía hacia la homosexualidad.
Para mí tengo que está rematadamente mal, porque cualquier ser humano puede sentir amor hacia un semejante del mismo sexo, pero dicho esto, tampoco me parece bien que a la mínima le endosen a uno que es homófobo.
Si es usted, un suponer, una persona que se gana el pan trabajando de político, ándese con cuidado. Sí, porque si en su discurso se le ocurre favorecer a las clases sociales, digamos de clase media hacia abajo, tengan por seguro que le llamaran populista. Si por el contrario es usted más bien parco en palabras, dirán que usted no tiene carisma.
Si en dos legislaturas pasa usted de "pegacarteles" a diputado, le llamarán trepa. ¡Éste… éste es un trepa!, que va para secretario general de cualquier cosa. (Algunos y algunas es lo cierto que hasta acaban de ministros o ministras).
Si es usted de los que no pisan una iglesia ni en un entierro, le señalarán como de "la cáscara amarga", cuando no directamente anticlerical. Pero si por un casual es usted de los que algún domingo va a misa, tampoco se extrañe que en su círculo de envidiosos le señalen como un "meapilas".
Si un día va usted y se le ocurre decir aquello de "pues su majestad el rey hace un trabajo excelente", sepa que será de inmediato señalado como monárquico.
Si una mañana de tertulia de café, tomando el fresco, va usted y mete baza diciendo "pues los cabreados, los insatisfechos esos, tienen toda la razón", cuando gire usted la espalda le señalarán como rojo. ¿Ese? ¡Menudo es!, un rojazo… su padre y su abuelo eran republicanos, no te digo más. Pero si dice ¡Hombre! Aznar hizo cosas muy bien hechas, dónde va a parar, los mismos de antes dirán: "¿Ese?, ¡menudo es!, es más de derechas que Franco, su padre y su abuelo eran de Falange, no te digo más."
Pero la verdad, lo que se dice la verdad, es que ninguno es como decimos que es… bueno, casi ninguno.