El disco de vinilo iba girando en el viejo tocadiscos. Mientras tanto Praxedies frente el lebrillo con 400 gramos de harina, 250 de grasa de cerdo, las 3 yemas sobrantes de la masa de los amargos y una ralladura de limón, iba perfumando la cocina des lloc de sa Figuera. Se proponía hacer pastissets. Entre aromas, el calor de la lumbre, el sofrito dins des tià para convertirse en auténtico oliaigo. Pensé en la noche anterior. Cenando con los míos, con vistas a Cala Rata con su entorno. La Bona-Nova, La Ignacia, Can Toni, Ets Germans, la Pilar Alonso… Con sabores nuestros. Ana, esposa de Gianluca se ha propuesto y lo logrará, recuperar platos de la isla, los de toda la vida con una carta de pescados frescos según s'agafada des dia. Una de las paredes, ha sido tapizada por una fotografía de lo que fue en los años cincuenta, aquel lugar. Dejando de lado lo sofisticado, pero subiendo al primer piso que es donde se encuentra el primer Tutifai, arriba del restaurante Il Porto. La calidad, la calidez, el esmerado servicio y sus manteles, como dicen algunos, son únicos.
A la vez, que me recreaba con tan bello paraje, fui descubriendo mezcla de sabores insospechados, sandía con lima y algo de pimienta. Hojaldres caseros, tarta de queso de Mahón con la fruta de la pasión, etc.
En el Andén de Levante, en uno de los viejos almacenes de carbón que perteneció a la fabrica del gas. Finales de los 50 en que la isla despertaba a un mundo nuevo, el turismo, fue edificado un edificio a modo de torreón, al pretender recuperar la alta pared medianera, bautizado por el 225 que los mahoneses llamaban Tutifai tal cual. Sus propietarios, unos ingleses con miras a convertir aquel pedacito de baixamar, vecinos de las barcas del bou de can Gaspar, donde arreglaban las redes a pie del mismo muelle, donde los niños y mayores también, todos los días bajábamos a bañarnos en la escalinata que se encontraba enfrente junto es llenegall.
Los había que bajábamos a pié, como esta servidora por la cercanía con mi casa, otros en bicicleta y algunos más con el Melis Bus que por una peseta, hacía el trayecto desde la Explanada.
Aquel mismo lugar sabía mucho de bañistas, al cerrar el siglo XIX principios del XX, Estabet, uno de los mariscadores y hombre de mar conocido como Berguiners, estableció en el mismo punto unas casetas de baño que revalidaban, con las de S'Obracoc, cerca de la casita del general. Mi padre que las conoció a ambas, decía que las del señor Esteban siempre iban más limpias, más adecentadas, disponiendo de palanganas y toallas de fil.
Al observar el 225 "Tutifai", muchos creyeron se trataba de algo nuevo cuando no era así, precisamente en la casa medianera se fundó Casa Roca, muy conocida y popular a principios de 1900. Donde las cuadrillas de zapateros, senyorots y otros más, bajaban todo el año en busca de ressopons de manducas al estilo casero que era la única cocina que se conocía. No muy lejos en rebots freía pescado, cogido por él mismo, haciendo lo propio con el que llevaban los clientes. Parece ser que el ambiente era més passa tu passa jo.
Dejar constancia de que el 225 no fue el primer restaurante del puerto, según escuchado en alguna ocasión. Mucho antes funcionaba el Club Marítimo, hijo de La Liga Marítima, todas las tabernas comprendidas desde la cuesta de la Abundancia (harinera de Casa Bosch) servían comidas. Sin olvidar, el merendero Las Chumberas en la Cala del Fonduco, que dio paso en los 50 al popular Roca-Mar.
El verano de 1995, Gianluca Faverio, natural de Varese, se hizo cargo del lugar que llevaba más de dos años cerrado al público, tras haberse dedicado un tiempo como restaurante argentino, pasando de las carnes al estilo criollo a la cocina italiana con sus pizzas a un precio módico 500 de las antiguas pesetas, bautizando el local con Il Porto, lo que hizo que los fines de semana, se unieran jóvenes degustando las elaboradas pastas que se hacían frente al público, pizzeros con gracia y maña manejando la pala frente el horno de leña, todo un placer, dando pie a que otros continuaran con la idea de Gianluca. Mientras los adultos encontraban en la carta exquisiteces regados con vinos de los cuales Gianluca siempre ha cuidado. Todos los años hubo innovaciones, barbacoas, de carnes y verduras y poco a poco con muchos esfuerzos y sacrificios aquel lugar que daba la sensación de estar aletargado, resucitó haciendo un cambio total, dando un buen servicio el mismo que se merecen clientes y público en general. Cubriendo sus mesas manteles recién planchados oliendo a limpio, sus servilletas con un toque de almidón que se agradece, lo mismo sucede con las vajillas, cristalerías y cuberterías todo ello de un gusto exquisito que junto al ambiente y servicio al salir de Il Porto uno se va satisfecho de la elección.
Pero si todas estas cosas me llaman la atención escuchar a Gianluca. Su amor por Menorca en especial por Mahón y su puerto, de ahí el nombre que dio a su restaurante Il Porto.
Todo ello lo debemos a un tío carnal propietario de un taller de bisutería que vino a recalar por mor de su trabajo, al llegar a Varese, tanto habló de nuestro litoral, de nuestras tanques y esta maravilla de puerto a su familia, que su hermana, la madre de Gianluca, embarcó hacia la isla y no tan solo se enamoro de la misma, al poco los dos hermanos fueron propietarios de dos casetas en la ladera norte. Aquí reside, si bien en la actualidad con la tristeza de haber perdido a su querido esposo que duerme el sueño de la paz en nuestro cementerio. Al escuchar estos comentarios me emocioné, diciendo una y una vez mas que él se siente de aquí. También en Mahón conoció a Ana, su esposa y madre de su único hijo, Carlo de 9 años.
–¿Cómo se presenta la temporada turística?
Diferente, muy distinta a como la conocimos los que llevamos años dedicados al tema. Nos encontramos a finales de julio y nadie lo diría. Al volver la vista atrás, nos encontramos que la temporada se iniciaba con la Semana Santa, finalizando en octubre, lo que equivalía a 6 meses de trajín, de mesas reservadas, de trabajar con ganas al tanto siempre de ofrecer buena relación calidad-precio en miras de que volvieran otra vez.
–Tengo entendido que en invierno ustedes residen en Madrid.
Así es. Para nosotros representa lo que vivieron los españoles de los años sesenta que emigraban a otros países europeos especialmente Alemania. Hace tres años, que debido al futuro de esta ciudad, decidimos comprar un restaurante en Madrid. Calle Hortaleza 100, lo bautizamos como Piu di Prima (Más que antes). Aquí tenemos nuestra casa, nuestras cosas, nuestro huerto al que dedicamos tantas horas para poder elaborar con las hortalizas cuanto se precisa en el restaurante, dejándolo todo desde septiembre a abril, en que Menorca queda totalmente vacía. En Madrid tan solo cerramos el mes de agosto.
–¿Merece la pena tanto sacrificio?
Gracias al mismo podemos hacer frente a los gastos y elevados impuestos de la isla, que son muchos y cuantiosos, en comparación con los ingresos.
Me despedí de mi amigo Gianluca, pero no de su querida Ana, experta cocinera, deseo presentársela a todos ustedes el próximo sábado.
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