"Había una vez una joven guerrera. Su profesora le dijo que tenía que luchar con el miedo, pero ella no quería hacerlo. Le parecía algo demasiado agresivo, temerario; le parecía poco amistoso. Pero la profesora insistió y le dio las instrucciones para su batalla. Llegado el día, la estudiante estaba de pie en un lado y el miedo estaba al otro lado. La guerrera se sentía muy pequeña y el miedo parecía muy grande e iracundo, ambos tenían asidas sus armas. La joven guerrera se levantó, fue hacia el miedo, se postró tres veces ante él y le preguntó: '¿Me das permiso para entrar en esta batalla contigo?' El miedo dijo: 'Gracias por mostrar tanto respeto al pedirme permiso.' La joven guerrera volvió a preguntar: '¿Cómo puedo derrotarte?' Y el miedo replicó: 'Mis armas son que hablo muy rápido y me sitúo muy cerca de tu cara. Entonces te pones muy nerviosa y haces lo que te digo. Si no hicieses lo que te digo, no tendría ningún poder. Puedes escucharme y puedes respetarme, puedo incluso convencerte con mis argumentos; pero si no haces lo que te digo, no tengo poder.' De esta forma la estudiante guerrera aprendió a derrotar al miedo."
Pema Chödrön. Cuando todo se derrumba (1977)
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Cuando las personas estamos atentas, podemos ver, escuchar y notar qué es lo que nos está afectando, aquellas pequeñas cosas que nos alteran, que nos ponen nerviosas, que nos paralizan… Siempre acabamos encontrándonos con el miedo. Es una emoción universal. No es algo terrible, forma parte de nuestra vida y lo compartimos todos los seres vivos.
Podríamos hablar de diferentes niveles de miedo. Hay aquellos miedos a cosas reales, físicas que requieren una pronta intervención, automática y espontánea. En otros casos nos enfrentaremos a miedos más abstractos, pero no menos reales, como el miedo a la muerte, a la enfermedad, al abandono, a la soledad, al fracaso o al éxito. Y hay otros miedos más profundos, más inconscientes que nos acercan a la verdad. A la verdad sobre nosotros mismos, que ponen al descubierto nuestra humanidad, como son aquellos celos que jamás he reconocido, aquella envidia tan rastrera, esas necesidades de destacar, esa conducta egoísta… verdades que son dolorosas y que nos cuesta identificar, ya que ¡nosotros no somos así! Los demás son egoístas, celosos o envidiosos, pero nosotros no lo somos. Acercarnos a estas verdades tan humanas puede aterrarnos y para ello nos disfrazamos, nos protegemos o nos evadimos. Nos encubrimos con tantas capas que a veces ni nosotros mismos somos capaces de reconocernos.
Las situaciones que nos pueden conectar con esta emoción son muchas y los sentimientos asociados pueden ser desazón, molestia, angustia, inquietud, un nudo en el estómago, un ahogo en el pecho, dependerá del momento, de la situación, pero lo fundamental es nuestra reacción cuando el miedo está presente. Cada uno de nosotros tenemos nuestras maneras de afrontarlo: escondiéndonos, autoengañándonos, atacando, huyendo, bloqueándonos, poniéndonos nerviosos, defendiéndonos, parloteando… No dejan de ser meras reacciones instintivas o hábitos negativos que hemos ido implantando desde nuestra ignorancia, desde nuestro propio desconocimiento.
Como la joven de nuestra historia, estar atentos será el primer paso: escuchar, notar, sentir, observar, oler. Al estar atentos percibimos nuestro cuerpo y sus sensaciones ¿qué estoy sintiendo? ¿Cómo reaccionaría habitualmente ante esta situación? No se trata de juzgarnos, se trata de estar atentos. No se trata de evitar lo que sentimos, se trata de experimentar. Parar y observarnos nos permite descubrir el origen de nuestro miedo, de nuestra inquietud. Cuando pasamos a la acción rápidamente, pensando o actuando, nos aceleramos, permitimos que el miedo se acerque demasiado a nuestro rostro y le damos todo el poder.
Para mantener esta atención deberemos aprender a escuchar y respetar lo que oímos, lo que experimentamos en ese momento ¿Qué estoy sintiendo? La mayoría de las veces es el miedo, en forma de celos, de envidia, de inseguridad, de frustración, de dolor, de confusión… Tomar conciencia de nuestras emociones y sentimientos implica prestarnos atención. Prestar atención nos permite comprender de donde surge nuestro miedo, cómo se manifiesta y cuando por fin lo comprendemos podemos reconocerlo, aceptarlo y decidir no actuar precipitadamente.
Comentaba este tema con una amiga gallega, a la que los temas del mar le son muy cercanos y me decía: "es como los marineros, que sienten mucho respeto por el mar y desde este respeto lo navegan, lo disfrutan y lo aman. Sin ese respeto serían imprudentes y desde ese respeto pueden con él y sacan lo mejor de si mismos y del propio mar. Así, cada uno de nosotros, cuando afrontamos con respeto nuestros temores más recónditos podemos dar la cara en lugar de permitir que el miedo nos de en la cara.
Haciendo una sesión de Coaching con una clienta salió el tema de que se "sentía rechazada por los hombres", muy sabiamente llegó al núcleo de su verdad, era ella la que se rechazaba a sí misma. Cuando se relacionaba con algún hombre que no podía darle lo que ella esperaba, no se planteaba que era el otro el que no podía dárselo (por una disfunción sexual que padecía, porque estaba en periodo de duelo, etc…) se aferraba al "me rechazan una vez más" que en el fondo era menos doloroso que la verdad: "me rechazo". Al conversar y seguir profundizando sobre este tema, se dio cuenta de que en el fondo tenía miedo de que los demás (en este caso los hombres) "descubrieran" que ella se rechazaba a si misma. Ahí estaba su verdadero miedo. Tomar conciencia de esta verdad le permitió empezar a tener una mirada hacia sí misma más compasiva y honesta. Esto la ayudó a no precipitarse y confiar más en su enorme potencial, la ayudó a responder de manera madura en lugar de reaccionar impulsivamente.
Podemos decidir no reaccionar y en cambio responder, desde nuestra inteligencia, conocimientos y valores. Cuando estamos atentos demostrando respeto hacia lo que estamos experimentando, podemos tomar la suficiente distancia y así tener el control sobre nuestras propias vidas, en lugar de reaccionar rápidamente, realizando acciones precipitadas que más tarde lamentaremos. La mayoría de nosotros hemos experimentado el malestar de la precipitación.
Aprender a detenernos momentáneamente significa darnos un tiempo, generar un espacio en el que podamos tratarnos a nosotros mismos con respeto. Dándonos ese tiempo no solamente mostramos respeto hacia nosotros, sino también hacia aquello que estamos experimentando. Desde este respeto podemos transformar nuestro carácter, nuestra manera de estar en el mundo.
Cuando nos paramos, nos comprendemos y nos respetamos empezamos a conocernos y empezamos a confiar en que ocurra lo que ocurra, sabremos afrontarlo como la joven guerrera de la historia. Saber que permaneceremos tranquilos y que el miedo no nos vencerá, nos dará seguridad interior y nos podremos abrir a la posibilidad de ser dueños de nuestra vida. Con estos cuatro pasos: estar atentos, respetar, comprender y aceptar empezamos a conocernos y como dijo Antoine de Saint-Exupéry en su libro, El pequeño príncipe: "sólo podemos amar aquello que conocemos." El respeto puede ser el antídoto del miedo. ¿Qué pasará cuando aprendamos a amarnos hasta el punto de respetar nuestros propios miedos? ¿De qué manera nos puede ayudar a no precipitarnos?