Escribí hace pocos días sobre el buen hacer de algunos creadores de opinión que en el ámbito que sea, la docencia, el periodismo y la comunicación colectiva en general fomentan un clima de serenidad entre los destinatarios de sus mensajes y ayudan a conocer mejor la realidad en la que nos movemos y de la que todos en mayor o menor medida somos protagonistas. Es reconfortante poder ilustrar esta afirmación aportando nombres y apellidos como en el caso de los premios Godó a favor de un periodismo independiente que es en mi opinión, y de ahí la oportunidad del premio, una rara avis en estos tiempos.
Me parece más adecuado hablar de serenidad que de optimismo que con alguna frecuencia es el efecto de un error intelectual y que suele ser a veces fruto de un estado de ánimo pasajero o de una información incompleta o intencionadamente mutilada, lo cual no deja de ser una especie de engaño producido por alguien que a lo mejor no tiene normalmente voluntad de engañar, la dichosa buena fe a cuyo amparo se cometen tantos errores. Menos buena fe creo que tienen los que toman a pecho el aforismo, convertido casi en un dogma entre los profesionales de la información, a tenor del cual las buenas noticias no son noticias y parecen sentirse felices centrando su esfuerzo comunicador en agrandar la magnitud de los sucesos negativos, ya abundantes de por sí, y colocarlos en un primer plano de la actualidad y a los que Innerarity califica de "alarmistas que elevan el miedo a la categoría suprema de órgano de conocimiento".
En una situación como ésta, muy generalizada por añadidura, resulta difícil, de entrada, tener una visión más o menos aproximada de lo que realmente ocurre en nuestro mundo y formarnos a partir de ella una opinión más ajustada de la realidad. Cara al futuro inmediato y gracias a las nuevas tecnologías y a las redes que están ya en pleno funcionamiento puede darse por seguro, pienso, de que una tal situación mejorará para bien y será posible, en teoría al menos, que dejemos de ser simples espectadores de lo que ocurre y podamos participar activamente en la gestión de la cosa pública por lo mucho que nos va en ello. Entretanto se alcance esa meta, si es que se alcanza algún día, estamos a nivel mundial sometidos al poder y a los grupos de interés que en este momento monopolizan prácticamente la mayoría de los más potentes medios de comunicación. Esto es lo que hay.