La ayuda humanitaria destinada a los países pobres solo es posible en época de vacas gordas en los países ricos. Esta conclusión se desprende de un dato: en España, esta ayuda pública se redujo un 23 por ciento en 2010. En el fondo de la ONU destinado a la lucha contra el sida, la malaria y la tuberculosis España no aportó ni un euro el año pasado, cuando antes era el cuarto mayor donante.
Lo dicho, cuando aquí pastan las vacas flacas decrece la solidaridad externa y seguramente el sentimiento de ayudar. Es frecuente escuchar: "Primero hay que dar dinero a los españoles que no lo tienen, a los pensionistas, a los parados, antes que a los pobres de otros países". La lógica de la argumentación es económica. Los de aquí pagamos impuestos y eso nos da un cierto, aunque relativo, derecho a la preferencia. Además, aquí te topas con las víctimas de la crisis y a las de otros países solo las ves, de vez en cuando, en los informativos de la televisión, como figuras de un decorado que no cambia. Alimentamos nuestras propias miserias y ahogamos un sentimiento tan humano como es ayudar a alguien que sufre, de aquí o de allí.
Y te acuerdas de quienes han decidido darse y estar al lado, ni delante ni detrás, de las personas que sufren la injusticia de los hemisferios. A la hora de los recortes, habría que valorar el compromiso de toda esa gente y explicarles el porqué.