A raíz del duro decretazo sobre la enésima reforma reguladora del mercado laboral, y sin olvidarse de la millonaria cola de trabajadores parados, a partir de ahora el foco informativo se centrará mayormente en la cola de los despedidos. De ahí que desde el PP su secretaria general, Dolores de Cospedal, haya salido rápidamente a la palestra para manifestar que no es hora de llamar a la rebelión, ahora lo que importa sobremanera es apoyar y arrimar el hombro. Por su parte, Mariano Rajoy, el líder del gobierno previsible, intenta calmar los primeros vientos de contestación política, sindical y callejera y afirma que su política reformista -incluida la nueva legislación laboral- no tendrá efectos en el corto plazo. "Es verdad -precisó el presidente del Gobierno el pasado martes en réplica a Alfredo Pérez Rubalcaba- que aquí van a perder mucho poder tanto organizaciones empresariales como sindicales, pero nosotros tenemos que gobernar para la gente, para los trabajadores".
Atención, merece la pena detenerse unos instantes y reflexionar sobre estas palabras de Rajoy. Asegura que gobierna para la gente, para los trabajadores (y se supone que también para los empresarios, los banqueros, etcétera, etcétera). Y como gobierna para los trabajadores, y ante el deterioro de la economía española, ha considerado muy necesaria la implantación de una reforma laboral agresiva -Luis de Guindos dixit-, aun cuando no vaya a generar empleo de forma inmediata -a tenor de la pertinente advertencia de Cristóbal Montoro-.
En estos días de carnaval abundará el desfile de disfraces y máscaras. Se acentuará la permisividad sobre determinados excesos festivos. Como cada año. El paréntesis del carnaval no borrará sin embargo la carrera de mentiras y contradicciones siempre tan presente en la vida política. Cuando la alegría del carnaval haya desaparecido hasta el próximo año, la gente (sobre todo la clase trabajadora) se topará de nuevo con la cruda realidad económica, con una crisis en la que el Gobierno juega con una cómoda ventaja gracias a su mayoría absoluta en el Parlamento y al respaldo de la gran patronal.
El presidente de la CEOE ha dicho que la reforma laboral creará empleo en el "medio plazo" si bien va en la "buena dirección". Juan Rosell ni siquiera se ha molestado en especificar qué entiende por medio plazo ni cuál es esa buena dirección. Sí es evidente que su posición no coincide naturalmente con la de los sindicatos y la mayoría de los partidos de la oposición, los grandes perdedores ante los cambios que transformarán el mercado de trabajo. Unos perdedores que no ocultan, por otro lado, que tardarán mucho tiempo en recobrar la confianza que años atrás les habían otorgado millones de ciudadanos. Persiste todavía una profunda desconfianza. CCOO y UGT arrastran una creciente pérdida de credibilidad desde que se iniciara la crisis económica cuando el mandato socialista de Rodríguez Zapatero. Tal como está el patio, y a tenor de la baja afiliación que poseen estas organizaciones en las pequeñas y medianas empresas, no resulta descabellado augurar el fracaso de las movilizaciones sindicales. Este tipo de convocatorias solo destacarán en las grandes ciudades.
Los poderes económicos de este país siempre han mantenido que la rigidez de la legislación laboral ha impedido que la economía española fuera más competitiva; que era imprescindible dotarla de amplia flexibilidad. Una vez que el PP ha vuelto a conquistar el poder político (solo le resta cantar victoria en Andalucía y Asturias el próximo mes de marzo), se obra en consecuencia y se apuesta por una flexibilidad extrema, lo que se traducirá en más despidos y más baratos, reducción de plantillas y salarios, y menos derechos laborales. Posiblemente sea exagerado afirmar que en este convulso siglo pretenden sentarse las bases para reimplantar en España y Europa la esclavitud laboral. Esta idea es la que no obstante circula por la calle pese a que Mariano Rajoy y sus ministros insisten una y otra vez en que el crecimiento económico y el empleo son los principales objetivos de su acción de gobierno para salir de la crisis. El problema es que la crisis frena y ahoga por ahora el crecimiento; y respecto al aumento del empleo tampoco cabe esperar milagros.
El negro panorama que se vislumbra por tanto presenta la inmensa casa de la reforma laboral con dos enormes puertas y sendas colas. Una puerta de salida para los trabajadores despedidos y otra de entrada, apenas entreabierta, para los trabajadores parados pendientes de contratación. Dos puertas y dos colas conectadas entre sí a las que les aguarda mucho tránsito, mucha afluencia. A medida que se acelere el ritmo de los despidos aumentará lógicamente la cola del desempleo. Pero esta a su vez solo disminuirá cuando se incremente el ritmo de nuevas contrataciones -y hoy por hoy se descarta una aceleración contratante-, unos contratos cuyas condiciones serán peores que las existentes hasta ahora.
A pesar de la nueva reforma laboral, por desgracia persiste un mayúsculo problema de fondo, reconocido desde el propio Gobierno: no será fácil que se reduzca la cola del paro mientras la economía no logre escapar de la recesión.