Quiso presentarse como un auténtico drama y saltaron de inmediato las alarmas en el PP al proclamarse la meta de la independencia en el último congreso de Convergència Democràtica de Catalunya. Alicia Sánchez Camacho y su jefe nacional Mariano Rajoy no consentirán tanta osadía. Así que el presidente Artur Mas deberá reconsiderar y reducir la velocidad de marcha si quiere evitar un perjudicial efecto boomerang para CDC -y por extensión para su socio Unió Democràtica de Catalunya (UDC)-. ¡Frenen, pisen el freno, no se embalen! Que a fin de cuentas todo es mucho más simple y más práctico: yo te apoyo si tú me apoyas (con un voto afirmativo o con una supervaliosa abstención) y viceversa.
Los voceros del sector más tremendista de la derecha española no tardaron en atacar a Oriol Pujol, el nuevo secretario general de CDC. Desde Intereconomía lo tacharon de pijo separatista y Alfonso Ussía, desde las páginas de "La Razón", lo tildó de memo. Por ganas de soltar algo sonoro. Simples fuegos artificiales para tener entretenida a la audiencia. Enésima batallita sin que la sangre llegue al río. Desde el sector más pragmático del partido conservador se resta importancia a los cantos independentistas de Convergència, entre otras cosas porque lo verdaderamente relevante para PP y CiU es mantenerse en el poder.
Nada nuevo a pesar de tanto ruido mediático. Porque en la raíz de la coalición que forman Convergència i Unió (CiU) siempre ha persistido, inasequible al desaliento, un sólido discurso de la ambigüedad y que tantos réditos proporcionó durante el prolongado mandato de Jordi Pujol. Sólido para el armazón ideológico y la gestión política al frente de la Generalitat, pero a la vez necesariamente desconcertante para PSOE y PP y sobre todo para los sucesivos gobiernos centrales instalados en Madrid.
El proceso de encaje de Catalunya en España ha sido una obsesión permanente en el seno de CiU. El marco autonómico, según la visión convergente, le queda muy estrecho a Catalunya. De ahí su planteamiento y reivindicación de un pacto fiscal con el Gobierno del PP. Aun cuando sabe que el horno no está para bollos, esto es, que la caja está vacía.
Cómodo en su ambigüedad, CDC se ha referido ahora al proceso de transición nacional que ha de conducir a la consecución de un Estado propio para Catalunya. Aunque Oriol Pujol no ha tardado en puntualizar que hay que basarse en una estrategia de pasos graduales para ir hacia el Estado catalán y que en este contexto es preciso que Catalunya cuente previamente con una hacienda propia, un instrumento que estima indispensable para avanzar de forma adecuada por la senda independentista. Si bien no se marcan plazos, una de las prioridades hoy del gobierno catalán es la negociación de un pacto fiscal. Pujol sabe de todos modos que Rajoy no está dispuesto a abrir el melón.
Un objetivo aparece meridianamente claro: la Generalitat de Artur Mas quiere controlar la totalidad de la recaudación tributaria que se registra en Catalunya. Desde Madrid, sin embargo, se le recuerda a Mas que el PP gobierna España con mayoría absoluta y que esta, en cambio, no la ha logrado CiU en Catalunya. Mas necesita a Rajoy para gobernar con determinadas garantías de éxito. Pero Rajoy puede prescindir de Mas si se encona la deriva soberanista de los convergentes. La distinción es obviamente fundamental.
Otra actitud que también puede darse por segura es que Mariano Rajoy no cederá ante las pretensiones de CiU por mucho que el tandem Artur Mas/Oriol Pujol se enrede -y quiera enredar- con su encaje de bolillos soberanistas. Así que una vez desparramadas las burbujas del congreso de CDC, se impone recobrar la calma y la sensatez. A fin de evitar la pésima imagen de la política del rodillo prepotente, el PP cuida y agradece el apoyo parlamentario de CiU para la reforma laboral y para poder continuar con la implantación de su duro programa de reformas/ajustes/recortes. CiU, por su parte, descarta romper su pacto con el PP de Alicia Sánchez Camacho ya que su concurso político es fundamental para seguir empuñando el timón de gobierno de Catalunya.
La independencia puede esperar. Podrá insistirse en un próximo congreso de CDC, pero hoy los problemas que reclaman una solución urgente son otros muy diferentes y bien conocidos, relacionados con las verdaderas preocupaciones manifestadas por la calle. Una calle, por cierto, cada día más indignada con las gruesas tijeras que maneja el independentista Artur Mas.
Y un último detalle a tener muy presente: en los días posteriores a la celebración del congreso de CDC, el líder de Unió Democràtica de Catalunya (UDC) seguía guardando silencio. Josep Antoni Duran i Lleida no estuvo en el congreso de Reus porque tuvo que asistir a un encuentro internacional de parlamentarios mediterráneos en Rabat. Una coincidencia de fechas oportunísima para distanciarse de determinadas tensiones domésticas. Creo que a Duran i Lleida le importan más cuantas cuestiones se hallan enraizadas en la realidad política, no en el resbaladizo terreno de las utopías, quizá por autoconsiderarse un político poco menos que imprescindible para el buen gobierno de España, gobierne en La Moncloa el PSOE o el PP. Es probable que a Duran i Lleida, diputado pactista de altos vuelos, el encaje de bolillos articulado ahora por Mas y Pujol, llámese independencia o Estado propio, sea una tarea que le aburre soberanamente.