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El cuerpo en Madrid y el alma en Ciutadella

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En los primeros días del verano aprovecho la costumbre que me asiste a lo largo de todo el año, para dar con las primeras luces del amanecer una vuelta alrededor de mi "dacha".

Será una vaguedad, pero es para mí, gratificante ver en mi pequeña huerta las matas de tomates, los pimientos, los pepinos, incluso este año, tengo plantados unos cacahuetes, porque María, no ha visto nunca esta planta leguminosa cuyo fruto madura, igual que la patata, bajo tierra. Detrás de la casa se está agigantando una nogala, lástima que no sea un nogal español, creo que la especie que tengo es americana. Todo empezó hace unos años cuando se me ocurrió introducir en la tierra de una maceta, una nuez. Y aquel mismo año nació un diminuto nogal, que dos años después trasplanté directamente a la tierra a unos cinco metros de un kaki que ya tenía por aquel entonces 11 años. El nogal ha ido creciendo año tras año de una forma realmente increíble, nada que ver con el nogal español. En la actualidad tiene más de diez metros de altura. En este y en otros árboles, tengo un total de ocho cajas-nido, donde han anidado este año una pareja de gorriones, unos estorninos y, como el año pasado, unos carboneros, cuyas polladas son realmente asombrosas. Pueden sobrepasar los 12 individuos.

Me gusta sentarme a desayunar y releer el diario "Menorca" en mi "porxada", viendo como alguna tórtola y alguna torcaz ("tudó"), a veces incluso dos o tres juntas, picotean la comida que les dejo preparada a cambio de que estas aves me dejen el regalo de su presencia. Me gusta escuchar las primeras noticias de lo que acontece por la radio. Y, en esas estaba el día 23 de junio, víspera de Sant Joan. Eran las 8.15. En la cadena SER se comentaba los distintos actos festivos para el día siguiente, día de Sant Joan: lo de las hogueras de algunas localidades levantinas, hasta que el locutor comentó las fiestas de Sant Joan en Menorca. Pero para mí, un ciutadellenc y santjoaner, mientras me ha sido posible de cuerpo y alma, hoy solo de alma, pero con toda mi alma, me sentí desilusionado, cuando no ofendido, ante la parquedad y torpeza de una breve información indocumentada. Fíjense lo que dijo: "En Menorca, pasean a caballo por todas las calles", y se quedó el hombre tan ancho, dejando claro para mí, que jamás ha visto esa persona una de las fiestas más bellas de cuantas puedan verse a lo largo y ancho de nuestra España festiva. Una fiesta donde la tradición es un homenaje a la memoria. Una fiesta donde el caballo de raza menorquina se hace festivo, luciendo gualdrapas y clavellinas, crines y colas trenzadas. Incluso ésta es una fiesta tan particular, que hasta una humilde caña verde reclama la atención del festivo protocolo que rige la cabalgata santjoanera. Efectivamente, hasta en tres ocasiones reciben los caballeros de la cabalgata una caña verde, que deberá ser llevada en la mano izquierda, y no dentro de la bota, como algunos hacen equivocadamente.

Ésta es una fiesta donde, si ahora mismo, a quien esto escribe, le llegara el sonido entrañable de un tambor y un fabiol, les prometo que pensaría que San Pedro me estaba abriendo las puertas del cielo.

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