En la pasada fiesta de Todos los Santos se ha cumplido medio milenio de la inauguración del maravilloso techo de la Sixtina, pintado por Miguel Ángel e inaugurado con el canto de las Vísperas de dicha festividad en 1512, presididas por el papa Julio II. Con idéntica plegaria litúrgica lo ha conmemorado ahora el Santo Padre Benedicto XVI, habiendo resultado esta celebración, según los testigos, un espléndido acto iluminado por la fe, por el arte pictórico y musical, así como por una homilía del Papa llena de profundidad espiritual y de agradecimiento por los dones de belleza y pulcritud que se manifiestan a través de la luz de la verdad revelada por Dios.
Esta famosa capilla es uno de los monumentos más representativos del Renacimiento italiano, y además de ser una obra maestra del arte pictórico, viene a ser una obra emblemática del arte católico y constituye la sede de muy remarcables eventos de la historia de la Iglesia, especialmente porque en este lugar consagrado a Cristo el Salvador del mundo, es donde se realizan las reuniones del Cónclave y la elección de los papas.
Aunque se trata de un lugar de culto bastante espacioso, puesto que mide 40,50 metros de longitud por 13,20 de anchura y 20,70 de altura, se le designa como «capilla» por haber sido desde sus inicios la principal capilla del Papa en su palacio del Vaticano, y el ser denominada capilla obedece a la misma forma arquitectónica que la caracteriza. Se trata, en efecto, de una simple estructura rectangular, si bien Miguel Ángel realizó en su techo interior una espectacular representación ficticia de bóvedas y columnas, de tal modo que mirándola desde abajo da la impresión de estar contemplando unos verdaderos volúmenes de construcción en tres dimensiones.
La construcción de la capilla fue iniciada por el papa Sixto IV, cuyo pontificado transcurre entre los años 1471-1484. Del nombre de este pontífice deriva el de la capilla: Sixtina. Las pinturas de los muros laterales fueron obra de destacados artistas de aquel tiempo, como Pintoricchio, Ghirlandaio, Botticelli y otros. Los de la izquierda representan la vida de Moisés, y los de la derecha la de Jesús. Este paralelismo entre Moisés y Cristo siempre ha estado presente en la teología cristiana, pero recientemente lo ha puesto muy de relieve Benedicto XVI en su excelente obra Jesús de Nazaret.
Unos treinta años después, otro papa de la misma familia que Sixto IV, Della Rovere, Julio II decidió proseguir la decoración de la Sixtina con las pinturas del techo que encargó a Miguel Ángel. Este papa era de carácter fuerte y batallador en todos los sentidos, inteligente como político y dispuesto además a que el arte renacentista inundara la Ciudad Eterna. Por aquel mismo tiempo se estaba construyendo la cúpula de San Pedro, proyectada también por Miguel Ángel; Rafael decoraba con sus frescos las estancias vaticanas. Al mismo tiempo surgía la Guardia Suiza, debida a la lealtad que manifestaba a la Santa Sede el obispo suizo Mateo Chiner del que se dice que tuvo un «alma gemela» respecto de la de Julio II.
Los tres años que Miguel Ángel trabajó en los frescos del techo de la Sixtina constituyeron un tiempo de labor durísima para el genial artista, que trabajó prácticamente solo, tendido sobre los andamios a medio metro por debajo de la techumbre, con dificultades de los materiales, disfunciones y molestias corporales por razón de su incómoda postura y de las inclemencias del tiempo, además de las exigencias por parte de Julio II que quería el rápido avance de la obra pictórica. Quizá intuía que le restaba poco tiempo de vida, pues su muerte ocurrió el año siguiente a la inauguración del famoso techo de la Sixtina.
Los elementos más famosos de esas pinturas al fresco situadas en lo más alto de la capilla son los nueve paneles centrales que van desde el altar hasta el ingreso y representan escenas de la temática más significativa de la historia de la salvación correspondiente a la creación y los inicios de la historia de la humanidad. Por orden, desde el altar, son los siguientes: 1º Dios separa la luz de las tinieblas; 2º Creación del sol, y de la luna, y la hierba que brota sobre la tierra; 3º Dios crea los peces y las aves; 4º Dios crea al hombre: el dedo de Dios se aproxima al del hombre: éste constituye un detalle que ha sido muy comentado; la aproximación de los dedos sin llegar a tocarse puede indicar lo invisible y espiritual del ser humano, el alma inmortal; 5º Dios crea a Eva, sacándola del costado de Adán, y ésta aparece en actitud de dar gracias a su Creador; 6º El pecado original y la expulsión del paraíso; 7º Ofrecimientos de los impíos, o sea, los inicios de la idolatría; 8º El diluvio universal; 9º la embriaguez de Noé.
Unos decenios, después, en tiempos del Papa Paulo III hacia 1534, Miguel Ángel, ya de edad provecta y que había adquirido una notable profundización en la fe, fue llamado al vaticano para pintar sobre el altar mayor de la capilla el grandioso fresco del Juicio Universal, verdad que los cardenales habrían de tener bien presente al llevar a cabo en este ambiente sacro la elección de un nuevo Papa. En el fondo de este grandioso conjunto artístico se va trasparentando el azul del cielo. En su homilía conmemorativa Benedicto XVI manifestaba que este color azulado viene a ser un reflejo del manto azul de María, cuya intercesión protectora se extiende sobre el mudo, como un signo esperanzador y que transmite una gran confianza en el amor del Salvador del mundo.