Indiana Pons fue en busca de la seta perdida. La ciudad de Nueva York estaba a oscuras tras el devastador paso del huracán Sandy. Era como una película de catástrofes, pero con efectos naturales. El clima se estaba enrareciendo y los hombres parecían peleles, indefensos ante lo incontrolable. Noviembre seguía su guión otoñal: bajada de temperaturas y ropa de abrigo saliendo del armario. Llegaba el frío, mientras aumentaba el número de pobres y desahuciados. Las necesidades desbordadas recordaban viejos enigmas de otros tiempos…"solo el penitente pasará"…
Un signo esperanzador eran los "Diàlegs a Mongofra", iniciativa de la "Fundació Rubió" que gestiona un patrimonio natural y cultural inmenso. Necesitamos hablar pero, sobre todo, escucharnos unos a otros. Esfuerzo loable por rentabilizar y encontrar soluciones creativas, a problemas como el uso público y viable de tan hermosa finca. Cuestión de fe y razón, por supuesto, como todo lo humano.
Volviendo a Indiana Pons y el tiempo maldito que hacía tras los cristales, en ese preciso momento notó como sus ansias de aventura se habían ido apagando lentamente. Encerrado en casa con pequeñas ocupaciones de bajo coste, recordó momentos álgidos de su carrera, cuando no había reto ni empresa noble y arriesgada en la que no estuviese metido hasta las cejas. En cualquier punto del mapa, había algún objeto escondido, de propiedades mágicas, que solo un arqueólogo como él sería capaz de encontrar entre clase y clase.
Habiendo menguado tanto su interés por la búsqueda de tesoros, por derrotar a los malos o por quedarse con la chica, decidió que tenía que había llegado el momento de renovarse o morir. Cogió su característico sombrero, su gastado látigo y la desvencijada maleta, para emprender un viaje hacia lo desconocido. El precio del billete casi echó por tierra sus planes, pero la ilusión de volver al ruedo, como quien dice, pudo más que su maltrecha economía…y el aparato despegó sin retraso.
Indiana Pons y la última ensaimada que compró antes de subir al avión, llegaron a la ciudad perdida de "Aquiestán". Su misión era hallar la codiciada "bola de cristal", que permitía ver el futuro y anticiparse a los acontecimientos. El que la posea - le habían dicho - tendrá la capacidad de predecir las crisis o los resultados electorales, y su poder será incalculable. Si Hitler estuviese vivo, seguro que haría lo que fuera para conseguirla.
Unos terroristas sin afeitar, pagados por alguien poderoso y sin escrúpulos, también le seguían la pista. Tuvo que luchar denodadamente para despistarlos y sortear mil peligros antes de regresar a Menorca, sano y salvo. Por fin pudo comer unos "esclata-sangs" junto a la chimenea, cocinados al estilo de la abuela.
Entregó la dichosa bola a los hombres de negro (del gobierno), que la requisaron aduciendo la necesidad de mantener el secreto. Era un arma demasiado peligrosa para dejarla en manos de la gente.
Gracias a Indiana Pons, podemos respirar tranquilos sin dejarnos llevar por temores infundados. Porque ahora, a pesar de todo lo que está sucediendo, ellos ya saben lo que nos espera.