A quienes peinamos canas y evocamos bandadas de recuerdos de un tiempo querido a la vez que lejano, se nos "aparecen", de forma inopinada, lecciones del pasado de la mano de añorados educadores; acaso porque a su manera, sin ordenadores pero con proveídas humanidades, medían la enseñanza con idoneidad y pausaban comedidos los tiempos de la historia... Nos recordaban, en un concreto capítulo del siglo XVI, aquella manida y solemne frase –así nos lo parecía entonces– que asimilamos por reincidencia: "En sus dominios no se ponía nunca el sol…"
Dominios en los cuales el vallisoletano rey Felipe II –de un mirar tan grave que ponía reverencia, a decir de sus biógrafos–, sancionó el 22 de noviembre de 1559 una pragmática, o disposición que dictaba el poder real cuando gozaba de potestad legislativa, por la cual impedía a sus súbditos salir al extranjero para estudiar o enseñar en los colegios y universidades. Desde su promulgación, docentes y discentes que se cultivaban allende de las fronteras del monarca, debían regresar a sus casas antes de cuatro meses, bajo pena de confiscación de bienes y destierro a perpetuidad.
Las razones de esta prohibición había que buscarlas en causas, consideradas en aquel momento perniciosas, de índole moral (quizás religiosa), económica y política; y afectaba por igual tanto a laicos como a clérigos. Como en toda norma que se precie, se recogían asimismo disposiciones adicionales... Excepciones, en esta pauta, de franca permisividad cuando el viaje de estudios se proyectaba a escuelas del reino de Aragón, Colegio de San Clemente de Bolonia y a las universidades de Roma, Nápoles y Coímbra. Más de cuatro siglos después, en un viaje que regurgitó sinsentidos y se sometió a la primacía del saber sin ataduras, obvio es manifestar que las circunstancias han cambiado...
En un ayer vecino, la Unión Europea puso en marcha –con la anuencia de una economía feliz entonces, lúgubre ahora y, a todas luces, en declarada prevención– una serie de propósitos educativos destinados a potenciar la movilidad de los estudiantes entre los diferentes países del viejo continente, en un abanico amplio de programas subvencionados (algunos ya suprimidos…) con apellidos tan reconocidos como: Comenius, Erasmus, Sócrates, Grundtvig y Leonardo, que sin duda favorecieron apropiados éxitos.
Hoy, este mismo mes de marzo, para captar alumnos e ilusionar de paso a nuestro afligido campo laboral que no rebrota, Xiong Sheng, director de la oficina "Estudiando en China" del Ministerio de Educación de esa República Popular, en representación de trece universidades chinas que acudieron a Barcelona para atraer estudiantes, insistió en que [los españoles] son universitarios bien vistos por su formación... "Quien habla español y posee titulación superior tiene el trabajo asegurado…" matizó el comisionado asiático.
En nuestro país, la consabida crisis y los continuos recortes en materia de educación e investigación, no hacen que mejore el optimismo de nuestros citados estudiantes. La paradoja es que, después de asumir el coste y el sacrificio familiar de su preparación académica, su futuro se encuentre probablemente fuera de España, por imperativo de un mercado laboral paralizado, con cinco millones de razones…, y sin expectativas, por el momento, demasiado esperanzadoras...