Sí, dejémonos ya de historias. La problemática de la educación de Menorca no se basa en dificultades logísticas ni de infraestructuras sino en prevenciones ideológicas. Es un problema político. La casuística medular de la educación en Menorca no es el plazo más o menos largo que se necesite para aplicar una reforma tan necesaria como el TIL (que si el primer año puede, efectivamente, ser difícil, el segundo será mucho mejor y el tercero será ya un gran éxito). El problema real es que un sector de maestros rechaza enseñar en español. "That's it". Así de simple y así de claro. Ciertos grupos de maestros, los que hasta ahora han controlado el cotarro, rechazan el idioma común del país por su formación y su militancia nacionalista radical. Efluvios de la UIB.
No importa que la inmensa mayoría de los padres crea conveniente para sus hijos una educación diversificada y multilingüe. A ellos solo les interesa mantener la inmersión lingüística, es decir el triste status nacionalista impuesto durante treinta años y mantenido hasta ahora con el increíble placet tanto del PSOE como del PP. Esos maestros en lugar de escandalizase porque una parte significativa de su sector carece de suficientes conocimientos de inglés (caso único en Europa donde todos los profesores de todos los países saben y practican un inglés fluido) solo procuran mantener y fomentar su ideología nacional-catalanista. Aunque no son mayoría están bien posicionados y parecen no querer entender que Menorca no puede seguir en la cola de la educación de Europa. No entienden que su postura política solo ayuda a fortalecer la separación de clases sociales ya que es injusto que solo los niños ricos puedan acceder a una educación multilingüe que les prepare para nuestro mundo globalizado mientras los otros quedarán relegados a un localismo desfasado. Estamos presenciando una confrontación que será determinante para nuestro futuro como sociedad democrática. O gana el poder democrático de las urnas y el programa electoral de quien ganó las elecciones por mayoría absoluta o gana el nacionalismo radical (que las perdió). Y, en este último caso, eso sería una victoria definitiva, una derrota humillante para el PP y un drama para el futuro para todas las Balears.
Cuando se ilegalizó Herri Batasuna en el País Vasco se auguraron levantamientos populares, incendios ciudadanos, huelgas indefinidas, etc: se auguró el fin del mundo. La realidad fue muy diferente: después de unos pocos escarceos nada sucedió. Prevaleció la ley. Si el PP no se arruga y mantiene y ejemplariza la necesidad de respetar la autoridad y su legitimidad, se acabará la presión más pronto que tarde. Todo esto sucede porque se ha tardado demasiado tiempo en poner freno a un coto que algunos han creído particular y que únicamente ha logrado un fracaso evidente y que ha destrozado nuestra personalidad balear para colonizarla forzándola a catalanizarse.
El PP se juega el ser o no ser. Si no aguanta la presión del nacionalismo separatista (y la de algunos medios de comunicación) se le subirá a las barbas. El PP está en una encrucijada y se debe a su electorado (y al sentido común). O se auto respeta o claudica. Dejémonos de historias: ya no hay espacio para el diálogo ni para las medias tintas. Triunfo o derrota.