En el Aeropuerto de Menorca un grupo de docentes espera a que lleguen los diputados del PP para recibirlos no precisamente con un beso y un ramo de flores. Efectivos de la Policía Nacional rondan por la terminal. A la hora prevista para el aterrizaje el panel de información avisa de que el vuelo en el que deben llegar sus señorías autonómicas se retrasa dos horas. Entonces se desatan todos los síntomas de una enfermedad que sufre la sociedad y corroe el funcionamiento democrático: la desconfianza mayúscula hacia los que ostentan el poder. Algunos docentes no descartan que el retraso no sea tal, que se haya urdido una estrategia para evitar un hostil recibimiento a los que acababan de dar el sí al decreto ley del TIL.
Profesores y maestros, personas con titulación, con criterio, empiezan a cotejar con sus smartphone la información que arroja el panel informativo del Aeropuerto. Una docente con camiseta verde, que precisamente también es política, se acerca incluso a una persona que salía de la zona de recogida de equipajes para cerciorarse de que no está llegando desde Palma. No vaya a ser que...
La descripción no es una crítica a los manifestantes ni a la docente política. Todo lo contrario. Quien esto escribe cayó en la misma trampa paranoica conspiratoria, y también especuló con una estratagema, por lo que no pudo evitar consultar los horarios con un móvil ajeno. Sopesé que el retraso quizá existía pero se exageraba para que se disolviera el claustro verde.
Al final el retraso fue real, por lo que me siento partícipe de una especie de delirio colectivo. La paranoia puede parecer exagerada pero sin duda está justificada por la existencia de grotescos precedentes en cuanto a truquillos para evitar la pitada y la foto con ese fingido rostro serio de intrascendencia.