Días atrás, un grupo de chicas (alrededor de los 15 años) formaba un coro, sentadas sobre el césped de la Esplanada, cada una de ellas provista de un móvil al que no dejaban de manipular, con la particularidad de que «hablaban» entre ellas mismas sin emitir voces, solo enviaban silenciosos signos gráficos al espacio, y se lo pasaban en grande. Y es que, cada día más, la comunicación (?) entre los mortales se efectúa a través de las ondas cibernéticas, o como se llame el intermediario, obsoleto ya el cheek-to-cheek existencial. Según una encuesta de una empresa de pornografía, vía Internet, probablemente aumentada por el afán publicitario, casi el 70 por ciento de los internautas practica sexo a través de la web-cam.
De esta etereidad de la relaciones, se lamentaba el otro día Vargas Llosa, en «El País», en su oración fúnebre por la muerte de Martín de Riquer (¿el último homenot que quedaba en Cataluña?). Escribía V.LL : «… él será de los últimos de su especie, esa tradición de humanistas de cultura múltiple . Y no los habrá porque el conocimiento futuro estará sobre todo almacenado en el éter y cualquiera podrá acceder a él apretando los botones indicados. La memoria, el esfuerzo intelectual, serán prescindibles; o mejor dicho, patrimonio exclusivo de las pantallas y los ordenadores. Gracias a estos artefactos, todos sabremos todo, lo que equivale a decir: nadie sabrá ya nada». ¡Socorro!