A Julia
He estado buscando en vano una palabra para definirte. Cuando uno está en la plenitud de su talento, digamos entre los 30 y los 60, la memoria (j´ai plus de souvenirs que si j´avais mille ans escribe el sublime Baudelaire; ¿y qué son los recuerdos sino las palabras alojadas en sus estanterías de ensueño y nostalgia?), que el poeta define como un gros meuble à tirois encombré de bilans, de vers, des billets doux…, y que yo comparo con una pecera multicolor, donde se arraciman las palabras, también algunas extranjeras, y se apretujan tras los cristales a la emocionante espera de ser convocadas por primera vez a la eternidad gráfica o, al menos, a la de ser usadas una vez más…
Pero la vejez va instalándose, ay, y a su paso, las neuronas se deshacen en la nada etérea y, en verano, se convierten en estofado. La memoria vacila, pierde sus referencias y sus ecos, sus alacenas se van deshabitando… Tras la mampara dorada acuden menos, y menos animosas, y con frecuencia alguna de entre ellas resiste a su convocatoria, mientras otras se reclaman como alternativas; pero, una vez que el escribidor persigue la palabra presentida, las otras son solo sucedáneos… Y, curiosamente, ocurre con frecuencia que al desentenderse uno de su búsqueda, la esquiva aparece de golpe, envanecida por haber sido tan tenazmente pretendida. Demi-mondaine, en este caso…