Hace casi cinco años, en una de esas entrevistas que te dejan buen sabor de boca y te aportan algo como persona y como profesional, el psiquiatra y neurocientífico Joaquín Fuster me ofreció una respuesta tan sencilla en apariencia como sorprendentemente certera. Y cito textualmente: «Cuando salgamos de esta crisis, que será lento, dos valores fundamentales se restablecerán, la generosidad y el ahorro». Hablaba este eminente médico de aquellos valores que se habían ido dejando de lado en época de bonanza, y que sin embargo son inherentes a la raza humana, ya que nos permiten avanzar, acumular conocimientos y cuya base es trascender del yo y ayudarnos mutuamente, no solo por altruismo sino también por puro instinto de supervivencia. Y lo hacía solo un año después de que comenzara el bache del que aún no hemos salido.
La generosidad de la sociedad ha quedado demostrada en múltiples ocasiones desde entonces, con actos solidarios, no simples gestos caritativos, en favor de parados, desahuciados, familias con necesidades básicas por cubrir. El ahorro ha venido impuesto por la merma de recursos pero también ha traído consigo otras cosas positivas.
Lo constata el director de la Biblioteca Pública de Maó, en 2013 la gente hizo más uso de este servicio, la lectura en sus salas -bien sea en el tradicional papel o con medios digitales-, no ha salido perdiendo con los problemas económicos y los préstamos de material han ganado adeptos, lo cual es una muy buena noticia. La cultura del usar y tirar o de la compra compulsiva, con el afán de acumular, ha ido cediendo terreno, no queda otra, a la del reciclar, el compartir, el reutilizar, el trueque, la compra-venta de segunda mano, el hágalo usted mismo. Resurge el aprecio a lo que uno tiene y se aprende a cuidarlo.