El disfraz de diputado causará furor este Carnaval. Tan solo hace falta desempolvar el traje y la corbata del armario, llevar el Iphone bien visible y pasearse con sendos carteles de «Sí» y «No» por la calle. Levantar uno u otro depende del día que tengas o del frío que haga. Tanto da el motivo. Aunque no lo venden en las tiendas, es el disfraz del momento, sobre todo desde ayer, cuando a nuestro diputado del PP se le ocurrió votar a favor de no parar las mismas prospecciones en el litoral contra las que se había manifestado enérgicamente el sábado.
Ya sabíamos desde tiempos pretéritos que nuestros partidos de ámbito estatal pintaban bien poco o nada en Madrid. Pero lo de estos días ha sido de traca, un petardazo en toda regla. Y ya no se trata de que el ministro Soria contravenga el frente común de los presidentes del Govern y el Consell y los alcaldes contra las prospecciones. Es que, apenas cuatro días después de reafirmar públicamente su oposición a los proyectos, nuestros cargos públicos en Madrid han preferido ser fieles a la disciplina de voto impuesta por su partido que defender la opinión unánime de la ciudadanía a la que representan.
Este voto sumiso al que estamos tristemente acostumbrados en los parlamentos estatal y autonómico pone el dedo en la llaga de la maltrecha credibilidad política y aleja aún más a nuestros gobernantes de la realidad a la que deben servir.
Los diputados que no cuestionan las decisiones de su propio partido en el gobierno y se limitan a votar todo a favor y formular solo preguntas amables a los consellers y ministros de turno olvidan que la única forma de construir no es desde la autocomplacencia, sino con espíritu crítico. Y que, por encima de las siglas de la formación política a la que pertenecen, han sido elegidos por el pueblo y que éste es el único legítimo derecho que deben defender. Más vale vender caro su voto que no garantizarlo. Porque siempre es mejor vivir cuatro años con dignidad que ocho bajo sospecha.