Veníamos de una guerra civil, que en Menorca y toda España había dejado muchas heridas abiertas, dolorosas; y empezábamos a salir de los 40 años del régimen del general Franco, que pensaba haberlo dejado todo «atado y bien atado».
En julio de 1976 el joven rey Don Juan Carlos nombró, contra todo pronóstico, presidente del gobierno a Adolfo Suárez, entonces ministro secretario general del Movimiento que presidía el fiscal Arias Navarro. El «error, qué inmenso error» con que fue recibido, sobre todo por Areilza y Fraga, aquel desconocido político, dio paso a un hombre de Estado, con gran vocación, intuición y capacidad de gestión para pilotar la Transición.
Con Torcuato Fernández Miranda como arquitecto, Suárez desmanteló el franquismo y sentó las bases de la nueva democracia. Fortuna audaces iuvat!
Fundador de UCD, aglutinó a liberales, demócrata-cristianos, socialdemócratas y «azules». UCD fue el novedoso instrumento que utilizaron el Rey y Suárez para crear unas cortes constituyentes que redactaron la Constitución de 1978. En su elaboración intervino un menorquín culto y patricio, Guillermo de Olives Pons, que en 1977 había sido elegido primer senador por Menorca.
El pecado original de UCD, desde el centro -que siempre ha sido un espacio geométrico, pero nunca una posición política- amparaba la marca blanca de la derecha civilizada española. Un centro imposible para superar la dialéctica derecha-izquierda que naufragó con el CDS, porque la Transición ya había terminado.
Suárez fue rechazado, despreciado y vituperado, también por sus fieles desleales como Herrero de Miñón y Landelino Lavilla. Ahora todos los reivindican y aplauden, pero el político audaz, honesto, seductor e irrepetible transitaba por la desmemoria, pero se había ganado un puesto de primer orden en la Historia.