Sois unos sosainas maleducados! Os lo digo a vosotros atletas de pacotilla, Forest Gumps de plastilina. Mirad lo poco que cuesta saludar al que viene de cara trotando y no decís ni «mú». Porque doce de cada diez estudios de esos que os leéis, que os sabéis de memoria y que sois capaces de recitar del tirón aunque no tengáis ni puñetera idea de lo que significan, explican que si tú, en tu rutina, inviertes dos segundos en desearle «buenas noches» al individuo que al igual que tú, se dedica a correr un rato intentando mantener la compostura y la dignidad, puede que tu marca, registro o récord se vea sensiblemente perjudicado. Y claro, eso significaría que tú, portento privilegiado de la naturaleza que entrenas en Vía Ronda, el puerto de Maó o por Camí de Cavalls -los que no tienen miedo a las agujetas, ni a los bichos- porque no quedaban plazas en el Centro de Alto Rendimiento, no llegues nunca a unos Juegos Olímpicos.
Llevamos ya unos años en los que, además de un entrenador de fútbol, cada uno tenemos dentro a un corredor en potencia. En mi caso, hace cuatro que me dedico a ir de aquí para allá sin ningún motivo en concreto. Desde hace tres, en algunas ocasiones corro porque me he apuntado a alguna prueba y no quiero hacer el ridículo. Aún así, no acostumbro a perder la sonrisa ni los modales con ninguna de las personas con las que me cruzo. Es más, muchas veces me paro si la conozco y le pregunto cómo se encuentra. Antes de que todos nos volviéramos idiotas y nos vistiéramos como un extraterrestre cursi, salir a correr solía premiarse con alguna sonrisa compasiva de alguien que también sufría lo suyo. Ahora se ha recortado incluso en eso.
Son minoría pero cada vez es más habitual que aquel con el que te cruzas ni te mire y te trate como si fueras el enemigo. Me consuela pensar que estos elementos están de paso en esta moda pasajera del correr. Que dentro de unos meses o años, quizás, esta bonita disciplina se desintoxicará de maleducados y los pocos que sobrevivamos recuperaremos el saludable hábito de saludarnos. Puede que incluso eso se recupere en el día a día en cualquier calle.
Muchachos y muchachas, aunque estéis en una carrera con 1.000 participantes más, ninguno de ellos es el rival a batir. El enemigo, aquel que teméis tanto, reside en vuestro interior. Cada vez que salimos a correr es como si le diésemos un puñetazo a nuestro «otro yo», aquel que preferiría estar tumbado en el sofá perezosamente. Ahí está la verdadera victoria, no en el hecho de cruzar meta antes que Fulano y Mengano. En el hecho de ser buena persona antes que intentar ser el mejor corredor o recortar un miserable segundo.
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