Vaya por delante que Menorca, en los tiempos que corren, sigue siendo un paraíso bastante seguro. Pero menos que antes. Ya hemos aprendido que la sociedad del bienestar se construye a base de pequeñas pérdidas de calidad de vida y de medidas correctoras, de prohibiciones necesarias.
El accidente mortal de Es Pla ha provocado una reacción en cadena para garantizar seguridades. Las señales de «peligro, caballos botant» ya van a formar parte de las fiestas. Otro ejemplo, ayer los patronos de las barcas de arrastre no participaron en la procesión de la Verge del Carme de Maó porque no tienen material de salvamento para las 60 o 70 personas que se embarcan.
Es necesario que quienes tienen que preocuparse por la seguridad de cualquier fiesta o acto lo hagan bien, en decir que no decidan los políticos, que no tienen la obligación de saber de todo, sino que intervengan los técnicos. En cuestión de seguridad y emergencia deben actuar los profesionales.
Y a pesar de ello, no existe una póliza que garantice la seguridad absoluta. Siempre es posible un accidente por circunstancias imprevistas, por el azar. No conviene obsesionarse con la seguridad y la aplicación de medidas extremas, que al final pueden representar más renuncias por el bien de todos.
De Es Pla de Ciutadella me preocupa más la agresión a los policías y los problemas de seguridad que se producen todos los fines de semana. O la agresión a la dueña de una tienda en Alaior. O la impresión de que se incauta menos droga que antes y no porque se reduzca el consumo.
Creo que la primera medida es que los profesionales de la seguridad se apliquen a fondo. Que dispongan de medios y se les exijan resultados. Que se preocupen de actuar en lo cotidiano en lugar de perseguir promesas de seguridades imposibles.