Hace muchos siglos un emperador de Japón se enteró de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja. Su poder consistía en ver el 'hilo rojo del destino', una especie de conexión invisible que conectaba a aquellos que estaban destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. Entusiasmado por la clarividencia de la bruja, el emperador mandó buscarla y traerla a su presencia. Una vez que los guardias dieron con la afamada adivina, el todopoderoso rey le ordenó que buscara el otro extremo del 'hilo rojo' para encontrar a quien sería su esposa. «Sí, señor», le dijo la hechicera. Sus conocimientos la llevaron hasta un mercado. Los ojos de la bruja se posaron en una joven campesina que sostenía un recién nacido en sus brazos mientras atendía en un puesto de frutas. Se dirigió hacia el emperador y, mirando a la pobre e indefensa joven, le dijo: «Aquí termina tu hilo». El emperador no daba crédito a las palabras de las bruja. ¿Cómo se atrevía a decirle a un rey todopoderoso que estaba destinado a casarse con una humilde campesina? ¿Acaso estaba bromeando? El emperador se acercó a la joven atemorizada y le dio un empujón. El bebé cayó al suelo y se hizo un corte profundo en la frente. «Prended a la bruja y cortarle la cabeza», sentenció el emperador mientras montaba en su caballo. Los guardias cumplieron las órdenes de emperador mientras escuchaban los gritos desconsolados de la joven campesina. Muchos años más tarde, el emperador decidió casarse. ¿Quién sería su pretendienta? Los asesores de la Corte le recomendaron a la hija de un poderoso general. Nunca había visto a la joven, pero creyó que sería una buena elección que le permitiría fortalecer su dominio militar. El día de la boda la novia llegó al templo ataviada con un hermoso vestido y un infranqueable velo que le tapaba toda la cara. Cuando el emperador levantó el velo, vio a su joven prometida y le sorprendió su belleza. Sin embargo, un detalle le llamó la atención: en el rostro tenía una cicatriz muy peculiar, una cicatriz que le hizo recordar el pasado.
La leyenda del 'hilo rojo' es una creencia tradicional presente en la mitología china y japonesa. Se trata de una explicación metafórica sobre el lazo afectivo existente entre dos personas desde el momento de su nacimiento. Este 'hilo invisible' existe con independencia del momento en el que las personas se conocen. Dependiendo de las circunstancias de la vida, el lazo puede estar más o menos tenso. Sin embargo, nunca puede romperse. Es cierto que esta bonita historia habla principalmente del encuentro amoroso entre dos personas aunque también podría aplicarse a las relaciones de amistad. ¿A quién no le ha ocurrido que, en el lugar más inesperado, encuentra a una persona que parece su alma gemela? ¿Cuántas veces hemos juzgado con demasiada ligereza a las personas que querían formar parte de nuestra vida como amigos? Si cerramos los ojos a las sorpresas que nos puede deparar el 'hilo rojo', perdemos oportunidades de ser más felices. Según el cuarto informe elaborado por el Instituto Coca-Cola de la Felicidad y la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, las relaciones sociales nos hacen más optimistas lo que contribuye a mejorar nuestro nivel de felicidad y, por tanto, a sentirnos más saludables. La importancia de este factor lleva incluso a olvidar las carencias materiales. Baste citar el caso de Bangladesh, uno de los países más desfavorecidos del mundo en el que el 76 por ciento de la población vive con menos de dos euros al día. Un estudio realizado por el equipo de investigación ESRC Wellbeing in Developing Countries concluyó que un 79 por ciento de los encuestados afirmaban ser «felices» y un 38 por ciento «muy felices» gracias a la calidad de sus relaciones personales.
A pesar de que el 'hilo rojo' nos ayude a encontrar almas gemelas, ya sean amigos o pareja, no podemos olvidar nuestra responsabilidad hacia las personas que queremos. Debemos cultivar una actitud apreciativa, escuchar, estar atento a los intereses del otro, acompañar en el sufrimiento y dedicar el tiempo necesario. Hay que ser genuino y superar las reservas personales para lograr un clima de confianza mutua. Ya lo decía Aristóteles hace más de dos mil años: «La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas».