El próximo jueves a las 20 horas en el Casino de 17 de Gener tendrá lugar la presentación de mi nuevo libro «El abuelo de Hawai», (Ediciones Oblicuas). Hoy martes, por consiguiente, recorreré los aeropuertos por si mañana permanecieran cerrados, impidiéndome llegar a tiempo al Casino.
Como siempre, para mí -y para todos los menorquines que hemos debido afrontar la vida lejos de la Isla-, es una emoción soberana pisarla de nuevo.
Vivimos fuera, en general, por habernos liado con el trabajo o con una joven foránea. En mi caso fue lo segundo. Tenía proyectado, de todos modos, el regreso cuando esto sucediese,... siempre y cuando, bien es cierto, ella estuviera de acuerdo. Y como lo estuvo nos instalamos en Menorca. Pero, ¡ay!, calculé mal la jugada. Tuve el infortunio de que la joven era de las islas Canarias y si en verano el calor y la humedad del Mediterráneo la sofocaban, cuando llegó el invierno, con la tramontana, el frío, las tormentas, etc., tuvo la convicción de haber cambiado el cielo por la tierra... y tuvimos que regresar a Canarias.
A pesar de este clima celestial, de mi familia atlántica, de los amigos, de 35 años de vivencias, si pudiera elegir libremente, hoy también viajaría, pero,... para quedarme definitivamente entre ustedes. ¿Por qué razón la tierra de uno tira tanto?, ¿y por qué siempre a más y no a menos? ¿Por qué un amigo de la adolescencia es más apreciado que otro tardío? Y no solo una persona, sino una calle, un edificio, incluso un árbol es más estimado.
No, no estoy hipersensibilizado ni creo pecar de melancolía. No vayan tampoco a pensar que entré en una espiral desdichada. Los emigrados no sufrimos, tenemos ya callo, acostumbrados como estamos a nuestros hábitos. Es más, en muchos casos incluso gozamos. ¡Además de la tierra que pisamos tenemos otra, incluso mejor, que nos aguarda! ¡No todo el mundo dispone de esta prebenda! Convendrán, entonces, que no desvarío, si además de Canarias tengo también a Menorca.
Entrevistaban en la televisión a un italiano de 80 años. Residía desde los 15 en New-York. Era el día nacional de Italia. Exclamaba entre sollozos:
- Ya me lo indicaba la mia mamma, nunca nos olvidarás, ¡porca miseria!
Todos somos como este anciano, pasto de los primeros quince años, que conforman a uno como las raíces de un árbol conforman las ramas. En realidad todo apunta que a medida que se va acercando el final, uno tiene la necesidad de que si no ha vivido donde proyectó, al menos allí lo entierren.