Antes de que sigan leyendo, queridos lectores, les tengo que avisar: el siguiente artículo no es apto para ser leído en horario de máxima audiencia, porque contiene párrafos enteros de texto explícito, dicho queda.
La arrogancia y la chulería no molan nada. Da gusto ver como caen los prepotentes, ver como se derrumban los que se creen intocables y superiores a los demás. Porque nadie es mejor persona por tener alguna habilidad especial, por destacar en alguna tarea o disciplina, o por tener más poder, es más, equivocarse es vivir, desconfíe de los que alardean de no errar nunca, manténgalos lejos de usted y de su familia.
La vida coloca a ciertas personas en un nivel de poder muy alto, poder que puede ser temporal, cuando la cosa se alarga en exceso el afectado se cree que será poderoso siempre y empieza a faltarle oxigeno en la cabeza. Más llamativos son aún los casos de las personas a las que se les sube el poder a la cabeza desde el minuto uno, como si les dieran un chute de Viagra en el cerebro, quedan afectados para siempre.
Ejercer el poder con arrogancia es pornográfico en cuanto que obsceno. El desprecio a los más desfavorecidos, a los sin voz, a los que sufren, el desprecio por el número de suicidios, por los desahuciados, por el hambre infantil, es obscenidad en estado puro. Igual por eso el Gobierno puso el 21% de IVA a una entrada de teatro y dejó en el 4% la tasa para la industria pornográfica, prefieren que la gente se distraiga en la concupiscencia, que por otro lado yo no juzgo, allá cada cual con su vida privada, que en evitar un desahucio, por poner solo un ejemplo.
No mola tampoco vivir con rencor, produce ulceras, pero mola aún menos olvidar, el que olvida repite errores. No deberíamos olvidar aquel obsceno «que se jodan»" que le soltó una diputada a los parados, o aquellas declaraciones de un presidente autonómico, dueño de un ático de lujo, donde afirmaba que en este país el problema con los niños no es que pasen hambre sino que están gordos. O el «se fuerte Luis», de todo un presidente del gobierno a su corrupto tesorero que repartió sobres de dinero negro como quien da caramelos, mientras se le robaba lo básico a la población y se le exigía que se apretara el cinturón.
O ese gobernante mallorquín, habitual de la gomina, que despreció nuestra Menorca porque no veía más allá del paseo marítimo de Palma, el mismo que hizo oídos sordos a la mayor manifestación ciudadana que jamás han vivido nuestras islas, la histórica marea verde, amparado en mayorías silenciosas y en un perverso concepto de Estado. O a los impresentables que pedían dinero público para las personas con discapacidad y se lo gastaban en orgías y restaurantes de estrellas Michelin.
Difícil olvidar a la condesa madrileña que llama etarra a todo aquel que le planta cara, y que afirmó que barrería a los indigentes de las calles porque viven muy bien mientras ella lleva décadas rodeada de una corte de pelotas y corruptos. O a la exalcaldesa de Valencia que lleva hasta la funda de su Ipad de Louis Vuitton, y se paseaba en Ferrari en una bacanal de lujo mientras su ciudad se empobrecía a pasos agigantados.
Puede que la línea entre erotismo y pornografía sea muy fina como sostienen algunos, pero nadie debería dudar que muchos de nuestros políticos no supieron llevar con elegancia la erótica del poder, sino que lo han ejercido de forma grosera, arrogante y pornográfica, y eso no excita absolutamente nada.
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