Ella carece de sentimientos, de coherencia y valores éticos. Como muchos de sus pretendientes. Ha envejecido, pero, a pesar de su avanzada edad, sigue siendo deseada con vehemencia. Lo sabe... Por eso, rara vez se inquieta. Pasan por sus lustros y décadas, ideologías, usos y costumbres y, sin embargo, permanece inalterada. Cuentan que, recientemente, se angustió un poco cuando las cosas parecieron revolucionarse y se sintió relegada a segundo término, aunque fue pavor de un día, porque las cosas volvieron a su cauce, como ha ocurrido siempre, como seguirá ocurriendo casi con toda probabilidad...
Presentarla no es fácil: tiene especial gracia para mudar de imagen. Pero sabe que, sea cual sea la modificación obrada, seguirá siendo seductora. Ejerce una fascinación malsana y feroz sobre los que, por ella, han renunciado a principios, buenas intenciones y códigos morales. Para cortejarla, incluso se han establecido alianzas tan absurdas como impensables. Ha provocado desavenencias en familias, guerras entre iguales, luchas de toda índole y ha quebrado o ha hecho quebrar, entre los que por ella suspiraban, su lucha por las esperanzas de muchos...
Ejerce, en símil cinematográfico, una atracción fatal... Y se convierte, una vez catada, en droga dura que exige continuas dosis cuya toxicidad va en aumento. Quienes la palpan cambian, como cambian las personas bajo el efecto aterrador del alcohol o de la heroína. Y, sin embargo, es legal y admirada. Nadie anhela librarse curiosamente de tal adicción, aunque les vaya en ello la vida familiar, social, profesional y cívica. Hay quien –dicen- mataría por ella... Y, de hecho, así ha sido.
Se miente por ella, se margina por ella, se grita por ella, se sale a la calle por ella, se manipula por ella, se traiciona por ella, se conspira por ella, se calumnia por ella...
Y nadie parece darse cuenta de que su amor no es eterno y, por tanto, efímero. Como las buenas amantes, imbuye a sus víctimas en la errónea creencia de que su querencia será eterna. Por eso, cuando se produce la separación, tan inevitable como negada, el que la tuvo se siente noqueado, incapaz de entender el porqué de esa ruptura, que imperturbablemente se considera injusta. Y, en ocasiones, lo es... Ese momento, especialmente amargo, es en el que uno revisa su pasado inmediato y se da cuenta de que pagó un precio muy alto por pasión tan enfermiza, como pasajera. Incluso el precio de la dignidad...
Ella, por cierto, también es hábil en jugar con las creencias de quienes la acarician, invirtiendo los papeles y personalidades de quienes gozan temporalmente de sus favores. Así, los servidores pasan a creer que han de ser los servidos... Y alimenta a sus seguidores con aire que no alimenta, pero si engorda; que no nutre, pero satisface el ego...
En ocasiones, incluso, regala suculentos dividendos, blancos o negros; ofrece puestos de trabajo a incompetentes familiares de amantes, a la par que una extraña sensación de impunidad... Algunos de sus fans incluso actúan de bufones de corte y hacen creer a sus maridos que, como en los cuentos de espejos y manzanas, son dioses y portadores de verdades absolutas... Así huele a lógico el desprecio al que discrepa, mientras se avanza en la radicalidad.
Hace poco –lo dijiste- se llevó un susto. Dijeron que ella no era importante, que lo importante, lo verdaderamente importante, eran los programas... Pero se tranquilizó cuando, al cabo de apenas unos días, constató que quien aquello suscribía mentía y que las negociaciones políticas se encallaban, no por rutas de acción, sino por gozar de sus favores. Ella ha vencido, una vez más. Y todo, a la postre, depende de su existencia. Las promesas huyen despavoridas, así como la ilusión de tantos que vivieron corto sueño: aquel en el que, en nombre de la regeneración, habían creído que su jubilación era posible...
Ella tiene varios nombres: silla, vara, presidencia... Aunque, popularmente, es más conocida con el despectivo apodo de poltrona...