Crecer conlleva cambios en la vida. Nuevos escenarios con su nueva gente y sus nuevos retos. Situaciones que nos ponen a prueba como seres humanos y que nos obligan a aplicar todo el bagaje que llevamos acumulado en esta maravillosa aventura que nos empeñamos en llamar vida. Para entonces comprobar si estamos o no a la altura.
La vida me ha regalado esta semana una segunda sobrina postiza –el primero fue Jorel-, un tesoro al que querré por encima de casi todas las cosas, una ciutadellenca con una pierna de Es Mercadal que será la sonrisa menorquina más bonita de la Isla.
Es ahora, horas después de su llegada, cuando el escenario empieza a cambiar. Al menos para Guillem y Tala, papá y mamá, y para su familia, y para Gomi y Elena, y para Clara y para mi, para Subi, para Rafa y para otros tantos que estaremos allí, atentos, cuando Vera dé sus primeros pasos, empiece a ser feliz, empiece a vivir una vida que, aunque no podamos hacer nada al respecto, en algún momento se le torcerá y le enseñará que no todo es fácil y de color de rosa. Entonces también estaremos allí para ayudarla a levantarse, o ni que sea, espantar al Coco o al Lobo Feroz.
Aunque en realidad será ella, entre otros, la que nos robe sonrisas a cada paso. Enseñándonos más de la vida y de sus maravillas. Examinándonos a cada instante para que nos demos cuenta si efectivamente estamos a la altura o, al menos, si seremos dignos de sus victorias y de sus éxitos.
Porque no siempre uno está a la altura. Ahora, mientras escribo este artículo me pregunto si habré sido capaz de transmitirte lo feliz que me siento, lo orgulloso que estoy tanto de Vera como de Jorel y lo mucho que espero y que esperamos de ellos. Como por ejemplo, que sean los niños más felices de la faz de la tierra.
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