Vivimos en varios mundos al mismo tiempo. Se superponen y entrecruzan a tal velocidad, que resulta casi imposible que seamos conscientes de ello. No resulta fácil orientarse dentro de este galimatías mundial. Ni salir airosos del desafío al que nos somete su transformación permanente y vertiginosa, cuestionando a cada paso todo lo que conocíamos o creíamos saber.
Hay un mundo ficticio o imaginario, que tememos o anhelamos a partes iguales. Uno virtual, que circula por la red con sus millones de interconexiones, en el que residimos y nos movemos cada vez más horas al día. Otro interior, que nos acompaña siempre y del que no podemos huir ni nos conviene silenciarlo. El poético, en el que las palabras adquieren extraños y maravillosos significados. Y no olvidemos el mundo real, que también existe, aunque cada vez menos, y que corre el riesgo de quedar sepultado por la avalancha descontrolada de todos los anteriores.
Para evitar una guerra de los mundos, debemos esforzarnos por conseguir su armonía. Dos personas separadas por miles de kilómetros, pueden mantener una relación intensa y una comunicación fluida; mientras que esas mismas personas, una junto a la otra, pueden permanecer ausentes, navegando cada uno por su móvil. Perdidos en su mundo imaginario, virtual o interior... no consiguen ver lo que tienen más cerca. El prójimo que está a nuestro lado siempre resulta el más complejo y enigmático mundo por descubrir.