Le propongo un juego. Ya sé que es, en un artículo, algo atípico (y perdone el ripio). Le advierto que yo ya he jugado. ¿Se apunta? Comienza con una primera fase en la que se le plantean a uno preguntas estúpidas. Usted, simplemente, ha de ir contestándolas. Basta con un «Sí» o con un «No»... ¿Preparado?
1.- ¿Está usted encadenado?
2.- ¿Es usted libre?
3.- ¿Es un drogadicto?
4.- ¿Es capaz de elegir con criterio propio?
5.- ¿Vive en una cárcel?
¿Lo tiene? No importa... Puedo esperar... ¿Ya? ¡Perfecto! ¿Cómo? Sí, no tengo inconveniente alguno en confesarle mis respuestas. Fueron: 1.- No. 2.- Sí. 3.- No. 4.- Sí y 5.- No. ¿Qué? ¿Qué hemos coincidido en todo? En ese caso he de confesarle que suspendí esa especie de examen teórico inicial. Y que usted acaba de hacer otro tanto...
No... No, ahora no... Las explicaciones luego... El partido sigue... La segunda parte es práctica... Y ahí me dieron por goleada...
1.- ¿Puede usted prescindir de su teléfono móvil durante un día, durante un solo día?
2.- ¿Puede usted no entrar en Google?
3.- ¿Puede pasar, en ese mismo espacio temporal, de los mandos a distancia?
4.- ¿Puede obviar su correo electrónico?
5.- ¿Puede dejar de leer y contestar a los whatsapps que le vayan remitiendo?
6.- ¿Puede prescindir del televisor?
7.- ¿Puede...? (Ponga aquí cualquier chorrada, desde el microondas al robot aspirador, por ejemplo... Lo que se le antoje.)
¿Puede? ¿Ha podido? ¿No? ¿Sí?
Si las respuestas son todas afirmativas, todavía le queda otra:
8.- ¿Ha sufrido al hacerlo?
En el caso de que su respuesta a la octava pregunta sea afirmativa, invalide los siete primeros aciertos...
Si ha sucumbido –como yo- en esa segunda fase, vuelva al examen teórico, a las cinco interrogantes iniciales, y entenderá el por qué de mis/sus errores... Verá entonces las cadenas que no veía, echará en falta la libertad de la que creía disfrutar, reconocerá su condición de drogadicto al constatar su síndrome de abstinencia, constatará que su capacidad de elección estaba, cuando menos, mediatizada, por no decir manipulada y finalmente entenderá que su casa es una cárcel, ya que el mundo ha entrado en ella, para que no tuviera, dejándola, que ir a su encuentro...
Y usted no es un adolescente...
Ni un niño...
Y, pese a lo dicho –se lo aseguro- hay vida más allá de internet...
Lo dramático de ese juego no reside en lo anterior, sino en sus conclusiones...
A.- Hemos sido nosotros mismos los que nos hemos puesto los grilletes o, por lo menos, aceptado, dócilmente, incluso con gusto, que fueran otros quienes nos los pusieran...
B.- Que hemos pagado, incluso, por ellos...
B.2.- Hemos pagado, sí, no me lo niegue, por ellos. El coste ha sido alto y no hablo solo en términos económicos. Han tenido que currar padre y madre. Se han requerido (exceptúas los casos de necesidad) dos nóminas. Se ha obtenido saldo, pero se ha perdido tiempo... Tiempo para saber qué diablos les pasaba a nuestros hijos (esos que, de pronto, se nos antojan desconocidos); para visitar a quién debíamos; para buscar soluciones a los problemas y serenidad ante los desencuentros; para darnos un respiro; para curar las heridas de la convivencia; para conocer el nombre del tutor de Pau o de Ada; para regalarnos un tempo; para leer un libro; para mirarnos de tarde en tarde; para pedirnos perdón o para estar, juntos, simplemente en silencio...
Como rezaba un cártel: «Yo Tube una vida antes de tener internet».
En ese juego, perdemos siempre... Y ganan, invariablemente, aquellos que se lo sacaron de la manga para controlarnos, manipularnos y ponernos a su servicio...Desde las sombras y sin que nos diéramos cuenta...
Pero, aunque únicamente sea para jod_r, le propongo un juego distinto: dé preferencia a su vida antes que a la wi-fi... Porque en ello, efectivamente, se nos va la vida... Esa que, no hace mucho, Tubimos...