Desde la cafetería Europa, en la bulliciosa Vía del Carmen, contemplas el devenir de personas de toda edad, índole y condición. Esas que se empecinan, hoy, en ser felices. No en vano es día treinta y uno de diciembre y existe mucho por olvidar y otro tanto por esperar. Las luces han vestido de gala las calles en las que, no obstante, siguen yaciendo los mendigos de cada día, únicamente lamidos por sus perros que -esos sí- les acompañan, fieles, en su desventura. Un camarero te habla de Pablo, un fijo. Pablo se cobijó en un albergue... Ahí consumió los diez días a los que tenía derecho, constituciones aparte, y luego se reencontró -o se le hizo reencontrar- con la calle... Cuando hay suerte, Pablo atraca un cajero, no para saquearlo, sino para convertirlo en dormitorio. Otros, sin tanta potra, hacen lo propio con cartones en los que aparecen fotografías de lujosos televisores 4K o de...
En el bar, mientras tanto, otra tele, muda, vomita contenidos impresos del canal 24 horas. Y de los subtítulos surge la imagen de unos políticos - que no estadistas- jugando con sus piezas de puzzle, intentando, con uniones y exclusiones, formar parte de un paisaje del que ha sido excluida esa masa humana que deambula por Carmen: ese novio pobre y en paro obstinado en comprarle lencería roja a su novia o ese anciano que anhela que esa noche pase rapidita porque le duele o ese senegalés explotado al que algunos dan en denominar pirata... A la postre, ya han votado. A la postre, ya les han suministrado las piezas con las que regatean. A la postre, ya no cuentan, ya no.
A los jugadores/padres de la patria –para qué engañarse- únicamente les importa su propia panza... España tiene mucho de zoco...
Se da -piensas- una dicotomía lacerante entre lo que vomita el canal y lo que ves en la calle... Entre los que hablan en nombre del pueblo para saciar su narcisismo y el propio pueblo. Probablemente el puzzle acabará por no encajar: ni el del ególatra con barratina ni el de esos otros, a izquierda y derecha. A la nación, que le den... Las figuritas siguen con lo suyo: Pedro, con su cántaro de miel; Susana, aguardando a que el cántaro se rompa; Pablo, perdido en su mesianismo; Mariano intentando lo imposible, a sabiendas... Pero ni Pedro, ni Pablo, ni Mariano, ni X –créanme- padecen de verdad por ese otro Pablo, el que duerme –cuando la vida no se le tuerce, todavía más- en un cajero, en irritante sarcasmo...
En Sol, los neones irradian vistosidad a la villa y corte. Son las nueve de la noche. Pero la luminosidad no penetra en los mundos, en ocasiones profundamente oscuros, de todas esas personas que ves pasar desde los ventanales del Café Europa. Cerca, muy cerca, un Larra eternizado en piedra podría escribir nuevamente, sin mudar ni tan siquiera tilde alguna, su Día de Difuntos de 1836 y don Ramón reeditar sus «Luces de bohemia» que hoy tendrían poco de esperpénticas...
Los políticos, probablemente, siguen con lo suyo cuando abandonas el bar: intentando encajar piezas... Saludas por primera vez a Pablo, el fijo... Y su mirada, que tiene mucho de pozo, te duele...
Ya en Gran Vía te topas con un muchacho que abriga a una desconocida anciana de la calle con unas mantas que le acaba de comprar en Preciados... A escasos metros, un grupo de voluntarios distribuyen entre los mendigos que no figuran en el puzzle, caldo, carne y bebida... Y ese pedazo de calle se ilumina entonces, pero de veras...
Si pudieras se lo contarías a los del rompecabezas. Y luego les arrebatarías las piezas y se las darías a Pablo, el fijo, al joven que compró mantas, a los voluntarios del caldo y compañía, porque esos sí sabrían encajarlas, al no ver en ellas pedazos de cartón, sino seres humanos troceados por la mala suerte, los errores o, simplemente, la falta de justicia o misericordia... Pero ellos (Pablo, el muchacho de la manta y los de la sopa) jamás aparecerán -lo sabes- en cartel electoral alguno. Por eso andamos, casi todos, así de jodidos...