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Contigo mismo

El profesor que no había leído 'El Quijote'

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Mal negocio hizo este país cuando mudó cordura por visceralidad. Cuando adquiristeis por hábito renunciar a la razón para entregaros al perpetuo enfrentamiento. Y en esas estáis desde… Lo denunció Goya y lo habría hecho Job si en el Antiguo Testamento hubierais existido ya. Puede que en esa enfermiza necesidad de confrontación algo tenga que ver vuestra ancestral incultura, adobada por la picaresca y por ese ir tirando que se os da tan bien… Un ejemplo fresquito resulta ilustrativo. Un profesor jubilado, y nacionalista convencido, exclamó pública y recientemente, a propósito del cuarto centenario de su muerte, que estaba hasta los mismísimos de tanto Cervantes, para agregar luego que, cuando sus conciudadanos se ponían españolistas, eran un coñazo. Finalizó su conmovedora intervención señalando que él tenía por honor el no haber leído jamás El Quijote… El hecho, a tu entender, se agravaba por provenir de quien fue supuesto educador. A ese ilustrado le recomendarías únicamente un fragmento de esa obra tan vituperada. No vaya a indigestarse. Un pasaje que, probablemente, le resultará incómodo, si su cerrazón intelectual y ética le permiten asimilarlo. Y, como postre, le invitarías igualmente a que se aproximara al último artículo de Juan Carlos Ortego, publicado el pasado domingo y que, con el título de «El Quijote entre sus Señorías», constituye una verdadera joya literaria, cuando no uno de los mejores textos de opinión de cuantos has leído… El fragmento de la novela cervantina dice así:

 «(…)querido Sancho: los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén».

¿Cómo se les ha quedado el cuerpo? Porque (y siguiendo el texto cervantino) aun criticándolo en la intimidad, habéis buscado el favor del poderoso (¿Qué hay de lo mío?); porque, ante la evidencia de lo correcto, os habéis escudado en la indecisión (al fin y al cabo, todos lo hacen); porque habéis mentido al llamaros solidarios y, presos de vuestro egocentrismo, habéis cerrado la puerta al que llamaba movido por la necesidad (no puedo cambiar el mundo); porque habéis tirado la toalla (no hay nada que yo pueda hacer); porque no habéis sabido perdonar ni pedir perdón movidos por una soberbia insaciable (perdono, pero no olvido); porque habéis echado de casa, por incómoda, la conciencia, mudándola por otra, más light, la de lo políticamente correcto; porque os importa un carajo ser mejores, tan solo los mejores, que es distinto (yo soy como soy y no voy a cambiar ahora); porque hacer el bien –pensáis- está demodé (¿Por qué he de hacerlo precisamente yo?); porque no habéis querido combatir la injusticia, pero sí –y tan solo- censurarla (lo gano en negro, no voy a ser el único gilipollas de este país); porque…

Eso es lo que se perdió el ilustre docente jubilado… Le convenía…

Como, ya puestos en lecturas, habrá igualmente alguien por ahí que no habrá leído todavía la extraordinaria novela de Delibes «Las guerras de nuestros antepasados» (verdadero análisis de cómo se transmite el odio y el mal de generación en generación) y seguirá aferrado a la violencia para intentar imponer su particular verdad entrecomillada…

Puede que alguien esté de Cervantes hasta los coj_nes... O que lo de  Delibes se le antoje puritanismo rancio… Y así os va…

Habéis dado secularmente la espalda a los libros, probablemente porque, en ellos, las palabras se convierten,  inevitablemente, en espejos. Y, casi siempre, no resulta grato reconocerse en ellos…

 
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